Relato del martirio de los 3 jóvenes
acejotaemeros
y su Asistente Eclesiástico.
Todo comienza
cuando el gobierno de Calles dispone aplicar con todo rigor
las nuevas leyes anticatólicas.
Como
consecuencia, en vísperas de la suspensión del culto
público, el 29 de julio de 1926, los militantes de la ACJM
de Chalchihuites convocaron a un mitin en la plaza de toros
al que asistieron seiscientos vecinos. Manuel Morales, en su
arenga, exhortó a los católicos a promover la derogación de
las leyes que atentaban contra la libertad de conciencia.
Los medios, dijo, serían pacíficos y sin mezcla política.
El evento
mereció la reprobación de las autoridades locales. El
Presidente municipal Donaciano Pérez, y su secretario,
Refugió García, denunciaron el mitin a la Jefatura de
Operaciones Militares de Zacatecas. Conforme pasaron los
días, volvieron a acusar a los católicos de organizar un
complot para derrocar el supremo gobierno.
El jefe
militar Eulogio Ortiz, remitió a Chalchihuites once soldados
del sexto batallón de infantería, al mando del teniente Blas
Maldonado Ontiveros, con órdenes de ejecutar a los presuntos
sediciosos.
El comando
llegó a la población a las 21:00 horas del sábado 14 de
agosto. El cura Bátis, advertido de la presencia de los
recién llegados, y debido a la clausura del curato, se
recogió en su domicilio provisional, la casa de la familia
Pérez Moreno.
Poco después,
los militares, acompañados de Donaciano Pérez y de Refugio
García, tomaron con violencia la casa donde se hospedaba el
señor cura Bátis, se introdujeron en la habitación del
ministro y literalmente lo arrancaron del lecho, tomándolo
prisionero con lujo de fuerza.
Los soldados
saquearon la vivienda, buscando, sin encontrarlo, armas o
documentos que comprometieran al clérigo en el delito de
sedición.
Manuel
Morales, en las primeras horas del día siguiente se enteró
de la detención del señor cura. De inmediato se dio a la
tarea de reunir a los dirigentes de la ACJM., David Roldan y
Salvador Lara, los hermanos Maclovio, Edmundo y Tomás Pérez,
quienes junto con él, se reunieron en la farmacia
Guadalupana.
Estando en
dicha reunión, llegaron los soldados rifle en mano.
¡Manuel Morales!, gritaron. Él, dando un paso al
frente, respondió con entereza: A sus órdenes. La
respuesta fue un empellón y violentos golpes en la espalda y
el cuello con las culatas de los mauser. En el mismo acto
fueron reclamados los otros: ¡Salvador Lara!, ¡David
Roldan!, los mártires se apersonaron. Los tomaron
presos junto con los compañeros que portaban la insignia de
la asociación.
Los
prisioneros fueron conducidos a la Presidencia municipal. El
teniente interrogó a los acusados: ¿Con qué objeto
tienen esas juntas?.El padre Bátis respondió: Con
el objeto de defender esa santa causa de nuestra religión.
Eso mismo repitieron todos. ¿Firman esta declaración?,
inquirió el militar. Sí señor, respondieron,
rubricando, sin saberlo, su sentencia de muerte. En el
transcurso de la mañana fueron puestos en libertad los
hermanos Pérez.
Por su parte,
David Roldan Lara envió un recado a su mamá, diciéndole que
no tuviera cuidado, que irán a Zacatecas, que le aseguraban
que en dos días regresaba.
La esposa de
Manuel Morales, la señora Consuelo Loera, expuso al teniente
Ontiveros la inocencia de su marido. El teniente,
aparentando bondad y profanando la memoria de su madre, le
dijo: Señora, váyase tranquila, le juro por mi madre que
nada le pasará a su esposo. Añadió que le apenaba no
poder hacer nada contra las órdenes superiores que llevaba,
pero que después de dos o tres días estaría su esposo de
regreso. Esto tranquilizó un poco a la afligida mujer, quien
compareció de nuevo ante el militar, llevando consigo a su
hijito mayor. Disgustado, el teniente la despidió:
Váyase, váyase... ya viene otra vez con sus lloros! La
esposa de Manuel, siguió suplicando que no sacaran a su
esposo del pueblo, que si era necesario lo redujeran a
prisión mientras se aclaraban las cosas. Por respuesta le
dijo el teniente: Despídase de él, si quiere. Al
oír esta frase, la señora dijo: ¿No me acaba de decir
usted que vuelve pronto?. El niño que llevaba consigo,
burlando la vigilancia fue a dar a los brazos de su padre.
Manuel sufrió doblemente al ver a su atribulada esposa y a
su hijito.
Algunos
vecinos acaudalados, ofrecieron al teniente Ontiveros una
crecida suma de pesos a cambio de la libertad de los reos,
pero el militar repuso que se les dejaría en libertad apenas
rindieran sus declaraciones en la ciudad de Zacatecas.
A la mitad de
ese fatídico 15 de agosto, las víctimas abandonaron el
pueblo en dos vehículos. Su partida causó gran alboroto
entre la gente del pueblo que asombrada observaba como se
llevaban presos al párroco y a los apostólicos jóvenes. A
Manuel le tocó viajar en el mismo automóvil que al señor
cura Bátis y también estar junto a él en el momento de la
ofrenda de su vida.
Para impedir
el traslado los vecinos intentaron lapidar a la comitiva, al
grado que los soldados ante la disyuntiva de arremeter
contra los indefensos civiles se vieron en la necesidad de
pedir al señor cura que calmara a la turba, orden que acató:
¡Por favor no me sigan, no pasará nada!.
Los reos
fueron trasladados al lugar del sacrificio. Cuando al señor
cura Bátis y a Manuel Morales los condujeron al sitio de la
ejecución el sacerdote intercedió por Manuel Morales ante el
teniente. ¡Mire, a este no le haga nada, es un muchacho,
tiene esposa, tiene hijos. Yo muero gustoso, yo soy
sacerdote, pero a él no le haga nada!. Manuel replicó:
Deje que me fusilen, señor cura. Yo muero, pero Dios no
muere. El velará por mi esposa y mis hijos. Y,
descubriéndose la cabeza, gritó: ¡Viva Cristo Rey y la
Virgen de Guadalupe!. El mismo soldado que lo arrestó
dirigió al pelotón de fusilamiento. ¡Preparen armas,
apunten y disparen!. Así fueron acribillados el párroco
y Manuel Morales. Eran las dos de la tarde del día de la
Asunción de la Santísima Virgen a los Cielos.
Después de
ejecutarlos, los despojaron de sus pertenencias. Luego se
dirigieron a un sitio contiguo, conocido como puerto de
Santa Teresa, donde se encontraban el teniente Ontiveros con
los jóvenes Lara y Roldán, los cuales fueron trasladados por
el camino real. A David y Salvador los hicieron caminar
otros 20 metros. Luego una descarga cerrada cegó sus vidas.
Consumada su
hazaña, los soldados se retiraron en dos autos. Al rendir su
declaración en Zacatecas, el teniente justificó el
ajusticiamiento de los reos argumentando una sublevación
popular.
Los cadáveres
de los mártires fueron rescatados al día siguiente. Al darse
cuenta los fieles que los soldados regresarían a profanar
los cadáveres, se dieron prisa a sepultarlos. La viuda de
Manuel Morales escribió: Amanece el día 16 con la formal
alarma de que los soldados volvían, pero las víctimas, los
dichosos mártires, gozaban del Reino de Dios. Sus cadáveres
dormían tranquilos el sueño del justo, sin tener en sus
rostros señales de dolor; al contrario, sus rostros nos
demostraban la alegría de estar en el cielo.
Los restos del
sacerdote Bátis y sus compañeros de martirio fueron
exhumados el 14 de enero de 1943 y colocados en la capilla
de la Santísima Trinidad de la Parroquia de San Pedro.
Fueron
beatificados por Su Santidad Juan Pablo II el 22 de
noviembre de 1992. El día 21 de mayo del año 2000, el mismo
Pontífice los elevó a la categoría de santos.
Su fiesta es
el 15 de agosto.
¡ Santos Mártires, Precursores de la Acción
Católica !
Rueguen por Nosotros
|