Mensaje
del Papa para la 21º Jornada Mundial del Enfermo
Se celebra el 11 de febrero, Fiesta de la Virgen de Lourdes
VATICANO, 08 Ene. 13 / 10:32 am (ACI/EWTN
Noticias).-
«Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10,37)
Queridos hermanos y hermanas
El 11
de febrero de 2013, memoria litúrgica de la Bienaventurada
Virgen María
de Lourdes, en el Santuario mariano de Altötting, se celebrará
solemnemente la XXI Jornada Mundial del Enfermo.
Esta
Jornada representa para todos los enfermos, agentes sanitarios,
fieles cristianos y para todas la personas de buena voluntad, «un
momento fuerte de
oración,
participación y ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la
Iglesia,
así como de invitación a todos para que reconozcan en el rostro del
hermano enfermo el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y
resucitando, realizó la salvación de la humanidad» (Juan
Pablo II,
Carta por la que se instituía la Jornada Mundial del Enfermo, 13
mayo 1992, 3).
En
esta ocasión, me siento especialmente cercano a cada uno de
vosotros, queridos enfermos, que, en los centros de salud y de
asistencia, o también en casa, vivís un difícil momento de prueba a
causa de la enfermedad y el sufrimiento. Que lleguen a todos las
palabras llenas de aliento pronunciadas por los Padres del Concilio
Ecuménico Vaticano II: «No estáis… ni abandonados ni inútiles; sois
los llamados por Cristo, su viva y transparente imagen» (Mensaje a
los enfermos, a todos los que sufren).
2.
Para acompañaros en la peregrinación espiritual que desde Lourdes,
lugar y símbolo de esperanza y gracia, nos conduce hacia el
Santuario de Altötting, quisiera proponer a vuestra consideración la
figura emblemática del Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-37). La
parábola evangélica narrada por San Lucas forma parte de una serie
de imágenes y narraciones extraídas de la
vida
cotidiana, con las que Jesús nos enseña el amor profundo de Dios por
todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el
dolor.
Pero
además, con las palabras finales de la parábola del Buen Samaritano,
«Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10,37), el Señor nos señala cuál es la
actitud que todo discípulo suyo ha de tener hacia los demás,
especialmente hacia los que están necesitados de atención. Se trata
por tanto de extraer del amor infinito de Dios, a través de una
intensa relación con Él en la oración, la fuerza para vivir cada día
como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está
herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque
sea un desconocido y no tenga recursos.
Esto
no sólo vale para los agentes pastorales y sanitarios, sino para
todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia
condición en una perspectiva de fe: «Lo que cura al hombre no es
esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de
aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un
sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor
infinito» (Enc. Spe salvi, 37).
3.
Varios Padres de la Iglesia han visto en la figura del Buen
Samaritano al mismo Jesús, y en el hombre caído en manos de los
ladrones a Adán, a la humanidad perdida y herida por el propio
pecado (cf. Orígenes, Homilía sobre el Evangelio de Lucas XXXIV,
1-9; Ambrosio, Comentario al Evangelio de san Lucas, 71-84; Agustín,
Sermón 171).
Jesús
es el Hijo de Dios, que hace presente el amor del Padre, amor fiel,
eterno, sin barreras ni límites. Pero Jesús es también aquel que «se
despoja» de su «vestidura divina», que se rebaja de su «condición»
divina, para asumir la forma humana (Flp 2,6-8) y acercarse al dolor
del hombre, hasta bajar a los infiernos, como recitamos en el Credo,
y llevar esperanza y luz. Él no retiene con avidez el ser igual a
Dios (cf. Flp 6,6), sino que se inclina, lleno de misericordia,
sobre el abismo del sufrimiento humano, para derramar el aceite del
consuelo y el vino de la esperanza.
4. El
Año de la Fe que estamos viviendo constituye una ocasión propicia
para intensificar la diaconía de la caridad en nuestras comunidades
eclesiales, para ser cada uno buen samaritano del otro, del que está
a nuestro lado. En este sentido, y para que nos sirvan de ejemplo y
de estímulo, quisiera llamar la atención sobre algunas de las muchas
figuras que en la historia de la Iglesia han ayudado a las personas
enfermas a valorar el sufrimiento desde el punto de vista humano y
espiritual.
Santa Teresa del Niño Jesús
y de la Santa Faz, «experta en la scientia amoris» (Juan Pablo II,
Carta ap.
Novo Millennio ineunte,
42), supo vivir «en profunda unión a
la Pasión
de Jesús» la enfermedad que «la llevaría a la muerte en medio de
grandes sufrimientos» (Audiencia general, 6 abril 2011). El
venerable Luigi Novarese, del que muchos conservan todavía hoy un
vivo recuerdo, advirtió de manera particular en el ejercicio de su
ministerio la importancia de la oración por y con los enfermos y los
que sufren, a los que acompañaba con frecuencia a los santuarios
marianos, de modo especial a la gruta de Lourdes.
Movido por la caridad hacia el prójimo, Raúl Follereau dedicó su
vida al cuidado de las personas afectadas por el morbo de Hansen,
hasta en los lugares más remotos del planeta, promoviendo entre
otras cosas la Jornada Mundial contra la lepra. La Beata
Teresa de Calcuta
comenzaba siempre el día encontrando a Jesús en la
Eucaristía,
saliendo después por las calles con el
Rosario
en la mano para encontrar y servir al Señor presente en los que
sufren, especialmente en los que «no son queridos, ni amados, ni
atendidos».
También
Santa Ana
Schäffer de Mindelstetten supo unir de modo ejemplar sus propios
sufrimientos a los de Cristo: «La habitación de la enferma se
transformó en una celda conventual, y el sufrimiento en servicio
misionero… Fortificada por la comunión cotidiana se convirtió en una
intercesora infatigable en la oración, y un espejo del amor de Dios
para muchas personas en búsqueda de consejo» (Homilía para la
canonización,
21 octubre 2012).
En el
Evangelio destaca la figura de la Bienaventurada Virgen María, que
siguió al Hijo sufriente hasta el supremo sacrifico en el Gólgota.
No perdió nunca la esperanza en la victoria de Dios sobre el mal, el
dolor y la muerte, y supo acoger con el mismo abrazo de fe y amor al
Hijo de Dios nacido en la gruta de Belén y muerto en la
cruz.
Su firme confianza en la potencia divina se vio iluminada por la
resurrección
de Cristo, que ofrece esperanza a quien se encuentra en el
sufrimiento y renueva la certeza de la cercanía y el consuelo del
Señor.
5.
Quisiera por último dirigir una palabra de profundo reconocimiento y
de ánimo a las instituciones sanitarias católicas y a la misma
sociedad civil, a las diócesis, las comunidades cristianas, las
asociaciones de agentes sanitarios y de voluntarios. Que en todos
crezca la conciencia de que «en la aceptación amorosa y generosa de
toda vida humana, sobre todo si es débil o enferma, la Iglesia vive
hoy un momento fundamental de su misión» (Juan Pablo II, Exhort. ap.
postsinodal Christifideles laici, 38).
Confío esta XXI Jornada Mundial del Enfermo a la intercesión de la
Santísima Virgen María de las Gracias, venerada en Altötting, para
que acompañe siempre a la humanidad que sufre, en búsqueda de alivio
y de firme esperanza, que ayude a todos los que participan en el
apostolado de la misericordia a ser buenos samaritanos para sus
hermanos y hermanas que padecen la enfermedad y el sufrimiento, a la
vez que imparto de todo corazón la Bendición Apostólica.
Vaticano, 2 de enero de 2013
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