ENCUENTRO MUNDIAL DE FAMILIAS
Viernes 1 de junio de 2012
ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN
CONCIERTO EN HONOR DEL SANTO
PADRE Y DE LAS DELEGACIONES OFICIALES DEL ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
CELEBRACIÓN DE LA HORA MEDIA CON SACERDOTES,
RELIGIOSOS, CONSAGRADOS Y SEMINARISTAS
ENCUENTRO CON LOS CONFIRMANDOS
ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES
FIESTA DE LOS TESTIMONIOS
CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
BENEDICTO XVI ÁNGELUS
PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI EN EL ALMUERZO EN EL ARZOBISPADO
VISITA PASTORAL A LA ARCHIDIÓCESIS DE MILÁN
Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)
ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Plaza del Duomo, Milán Viernes 1 de junio de 2012
Señor alcalde,
distinguidas autoridades, venerados hermanos en el episcopado y en el
sacerdocio, queridos hermanos y hermanas de la archidiócesis de
Milán:
Os saludo cordialmente a todos, que habéis venido en
gran número, así como a cuantos siguen este
acontecimiento a través de la radio y la televisión.
¡Gracias por vuestra calurosa acogida! Agradezco al
señor alcalde las amables palabras de bienvenida que
me ha dirigido en nombre de la comunidad cívica.
Saludo con deferencia al representante del Gobierno,
al presidente de la Región, al presidente de la
Provincia, así como a los demás representantes de
las instituciones civiles y militares, y expreso mi
aprecio por la colaboración brindada para los
diversos momentos de esta visita. Y también le
agradezco a usted, eminencia, su cordial saludo.
Me alegra estar hoy entre vosotros y doy las gracias
a Dios, que me ofrece la oportunidad de visitar
vuestra ilustre ciudad. Mi primer encuentro con los
milaneses se realiza en esta plaza del Duomo,
corazón de Milán, donde surge el imponente monumento
símbolo de la ciudad. Con su selva de agujas invita
a mirar hacia lo alto, a Dios. Precisamente ese
impulso hacia el cielo ha caracterizado siempre a
Milán y le ha permitido a lo largo de los tiempos
responder con fruto a su vocación: ser una
encrucijada —Mediolanum— de pueblos y de
culturas. De esta forma, la ciudad ha sabido
conjugar sabiamente el orgullo por su propia
identidad con la capacidad de acoger toda
contribución positiva que se le ofrecía en el
transcurso de la historia. También hoy, Milán está
llamada a redescubrir este papel positivo, que
presagia desarrollo y paz para toda Italia. Expreso
mi agradecimiento cordial, una vez más, al pastor de
esta archidiócesis, el cardenal Angelo Scola, por la
acogida y las palabras que me ha dirigido en nombre
de toda la comunidad diocesana; con él saludo a los
obispos auxiliares y a quienes lo han precedido en
esta gloriosa y antigua cátedra, el cardenal Dionigi
Tettamanzi y el cardenal Carlo Maria Martini.
Dirijo un saludo particular a los representantes de
las familias —provenientes de todo el mundo— que
participan en el VII Encuentro mundial. Dirijo un
afectuoso recuerdo a cuantos tienen necesidad de
ayuda y de consuelo, y se encuentran afligidos por
varias preocupaciones: a las personas solas o en
dificultad, a los desempleados, a los enfermos, a
los encarcelados, a cuantos no tienen una casa o lo
indispensable para vivir una vida digna. Que a
ninguno de estos hermanos y hermanas nuestros les
falte el interés solidario y constante de la
colectividad. A este propósito, me complace lo que
la diócesis de Milán ha hecho y sigue haciendo para
salir concretamente al encuentro de las necesidades
de las familias más golpeadas por la crisis
económico-financiera, y por haberse puesto en acción
de inmediato, junto a toda la Iglesia y la sociedad
civil en Italia, para socorrer a las poblaciones
damnificadas en el terremoto de Emilia Romaña, que
están en nuestro corazón y en nuestras oraciones, y
por las cuales invito, una vez más, a una generosa
solidaridad.
El VII Encuentro mundial de las familias me ofrece
la grata ocasión de visitar vuestra ciudad y renovar
los vínculos estrechos y constantes que unen a la
comunidad ambrosiana con la Iglesia de Roma y con el
Sucesor de Pedro. Como es sabido, san Ambrosio
provenía de una familia romana y mantuvo siempre
vivo su vínculo con la Ciudad Eterna y con la
Iglesia de Roma, manifestando y elogiando el primado
del Obispo que la preside. En Pedro —afirma— «está
el fundamento de la Iglesia y el magisterio de la
disciplina» (De virginitate, 16, 105); y
también en la conocida declaración: «Donde está
Pedro, allí está la Iglesia» (Explanatio Psalmi
40, 30, 5). La prudencia pastoral y el
magisterio de Ambrosio sobre la ortodoxia de la fe y
sobre la vida cristiana dejarán una huella indeleble
en la Iglesia universal y, en particular, marcarán a
la Iglesia de Milán, que nunca ha dejado de cultivar
su memoria y de conservar su espíritu. La Iglesia
ambrosiana, custodiando las prerrogativas de su rito
y las expresiones propias de la única fe, está
llamada a vivir en plenitud la catolicidad de la
Iglesia una, testimoniarla y contribuir a
enriquecerla.
El profundo sentido eclesial y el sincero afecto de
comunión con el Sucesor de Pedro forman parte de la
riqueza y de la identidad de vuestra Iglesia a lo
largo de todo su camino, y se manifiestan de modo
luminoso en las figuras de los grandes pastores que
la han gobernado. En primer lugar san Carlos
Borromeo: hijo de vuestra tierra. Él fue, como dijo
el siervo de Dios Pablo VI, «un forjador de la
conciencia y de las costumbres del pueblo» (Discurso
a los milaneses, 18 de marzo de 1968); y lo fue
sobre todo con la aplicación amplia, tenaz y
rigurosa de las reformas tridentinas, con la
creación de instituciones renovadoras, comenzando
por los seminarios, y con su ilimitada caridad
pastoral arraigada en una profunda unión con Dios,
acompañada de una ejemplar austeridad de vida. Junto
con los santos Ambrosio y Carlos, deseo recordar
otros excelentes pastores más cercanos a nosotros,
que han enriquecido a la Iglesia de Milán con la
santidad y la doctrina: el beato cardenal Andrea
Carlo Ferrari, apóstol de la catequesis y de los
oradores, y promotor de la renovación social en
sentido cristiano; el beato Alfredo Ildefonso
Schuster, el «cardenal de la oración», pastor
incansable, hasta la consumación total de sí mismo
por sus fieles. Además, deseo recordar a dos
arzobispos de Milán que llegaron a ser Pontífices:
Achille Ratti, Papa Pío xi; a su determinación se
debe la positiva conclusión de la «Cuestión romana»
y la constitución del Estado de la Ciudad del
Vaticano; y el siervo de Dios Giovanni Battista
Montini, Pablo VI, bueno y sabio, que con mano
experta supo guiar y llevar a un feliz resultado el
concilio Vaticano II. En la Iglesia ambrosiana han
madurado además algunos frutos espirituales
particularmente significativos para nuestro tiempo.
Entre todos hoy quiero recordar, precisamente
pensando en las familias, a santa Gianna Beretta
Molla, esposa y madre, mujer comprometida en el
ámbito eclesial y civil, que hizo resplandecer la
belleza y la alegría de la fe, de la esperanza y de
la caridad.
Queridos amigos, vuestra historia es riquísima en
cultura y en fe. Esta riqueza ha impregnado el arte,
la música, la literatura, la cultura, la industria,
la política, el deporte, las iniciativas de
solidaridad de Milán y de toda la archidiócesis. Os
toca ahora a vosotros, herederos de un glorioso
pasado y de un patrimonio espiritual de inestimable
valor, comprometeros para transmitir a las
generaciones futuras la antorcha de una tradición
tan luminosa. Vosotros sabéis bien cuán urgente es
introducir en el actual contexto cultural la
levadura evangélica. La fe en Jesucristo, muerto y
resucitado por nosotros, vivo entre nosotros, debe
animar todo el tejido de la vida, personal y
comunitaria, pública y privada, para que permita un
«bienestar» estable y auténtico, a partir de la
familia, que es preciso redescubrir como patrimonio
principal de la humanidad, coeficiente y signo de
una verdadera y estable cultura a favor del hombre.
La identidad singular de Milán no debe aislarla ni
separarla, encerrándola en sí misma. Al contrario,
conservando la savia de sus raíces y los rasgos
característicos de su historia, está llamada a mirar
al futuro con esperanza, cultivando un vínculo
íntimo y propulsor con la vida de toda Italia y de
Europa. Con la clara distinción de papeles y de
finalidades, la Milán positivamente «laica» y la
Milán de la fe están llamadas a concurrir al bien
común.
Queridos hermanos y hermanas, ¡gracias de nuevo por
vuestra acogida! Os encomiendo a la protección de la
Virgen María, que desde la más alta aguja de la
catedral vela maternalmente día y noche sobre esta
ciudad. A todos vosotros, que estrecho en un gran
abrazo, imparto mi afectuosa bendición. Gracias.
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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)
CONCIERTO EN HONOR DEL SANTO
PADRE Y DE LAS DELEGACIONES OFICIALES DEL ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Teatro de la Scala de Milán Viernes 1 de junio de 2012
Señores cardenales, ilustres autoridades,
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado,
queridas delegaciones del VII Encuentro mundial de las
familias:
En este lugar histórico, ante todo quiero recordar un
hecho: era el 11 de mayo de 1946 y Arturo Toscanini levantó
la batuta para dirigir un concierto memorable en la Scala
reconstruida después de los horrores de la guerra. Narran
que el gran maestro recién llegado aquí a Milán se dirigió
inmediatamente a este teatro y en el centro de la sala
comenzó a aplaudir para comprobar si se había mantenido
intacta la proverbial acústica y, constatando que era
perfecta, exclamó: «¡Es la Scala, es siempre mi Scala!». En
estas palabras, «¡Es la Scala!», se encierra el sentido de
este lugar, templo de la Ópera, punto de referencia musical
y cultural, no sólo para Milán y para Italia, sino para todo
el mundo. Y la Scala está profundamente vinculada a Milán;
es una de sus glorias más grandes. Y he querido recordar
aquel mayo de 1946 porque la reconstrucción de la Scala fue
un signo de esperanza para la recuperación de la vida de
toda la ciudad después de las destrucciones de la guerra.
Por eso, para mí es un honor estar aquí con todos vosotros y
haber vivido, con este espléndido concierto, un momento de
elevación del espíritu. Doy las gracias al alcalde, abogado
Giuliano Pisapia; al director artístico, doctor Stéphane
Lissner, también por haber introducido esta velada; y sobre
todo a la orquesta y al coro del teatro en la Scala, a los
cuatro solistas y al maestro Daniel Barenboim por la intensa
y emotiva interpretación de una de las obras maestras en
absoluto de la historia de la música. La gestación de la
novena sinfonía de Ludwig van Beethoven fue larga y
compleja, pero desde los célebres primeros dieciséis
compases del primer movimiento, se crea un clima de espera
de algo grandioso y la espera no queda defraudada.
Beethoven, aun siguiendo sustancialmente las formas y el
lenguaje tradicional de la Sinfonía clásica, hace percibir
algo nuevo ya desde la amplitud sin precedentes de todos los
movimientos de la obra, que se confirma con la parte final
introducida por una terrible disonancia, en la que se halla
el recitado con las famosas palabras «¡Oh amigos, no estos
tonos; entonemos otros más atractivos y alegres!», palabras
que, en cierto sentido, «pasan página» e introducen el tema
principal del Himno a la alegría. Es una visión ideal
de humanidad que Beethoven dibuja con su música: «La alegría
activa en la fraternidad y en el amor recíproco, bajo la
mirada paterna de Dios» (Luigi Della Croce). No es una
alegría propiamente cristiana la que Beethoven canta, pero
es la alegría de la convivencia fraterna de los pueblos, de
la victoria sobre el egoísmo, y es el deseo de que el camino
de la humanidad esté marcado por el amor, como una
invitación que dirige a todos más allá de cualquier barrera
y convicción.
Sobre este concierto, que debía ser una fiesta jubilosa
con ocasión de este encuentro de personas provenientes de
casi todas las naciones del mundo, se cierne la sombra del
seísmo que ha producido gran sufrimiento a numerosos
habitantes de nuestro país. Las palabras tomadas del Himno a la alegría
de Schiller suenan como vacías para
nosotros, más aún, no parecen verdaderas. De hecho, no
experimentamos las chispas divinas del Elisio. No estamos
ebrios de fuego, sino más bien paralizados por el dolor ante
una destrucción tan grande e incomprensible que ha costado
vidas humanas, que ha dejado a muchos sin casa y sin hogar.
Incluso nos parece discutible la hipótesis de que sobre el
cielo estrellado debe de habitar un buen padre. ¿El buen
padre está sólo sobre el cielo estrellado? ¿Su bondad no
llega hasta nosotros? Nosotros buscamos un Dios que no
truena a lo lejos, sino que entra en nuestra vida y en
nuestro sufrimiento.
En esta hora quisiéramos referir las palabras de
Beethoven, «Amigos, no estos tonos...», precisamente a las
de Schiller. No estos tonos. No necesitamos un discurso
irreal de un Dios lejano y de una fraternidad que no
compromete. Estamos en busca del Dios cercano. Buscamos una
fraternidad que, en medio de los sufrimientos, sostiene al
otro y así ayuda a seguir adelante. Después de este
concierto muchos irán a la adoración eucarística, al Dios
que se ha metido en nuestros sufrimientos y sigue
haciéndolo. Al Dios que sufre con nosotros y por nosotros, y
así ha capacitado a los hombres y las mujeres para compartir
el sufrimiento de los demás y para transformarlo en amor.
Precisamente a eso nos sentimos llamados por este concierto.
Así pues, gracias, una vez más, a la orquesta y al coro
del teatro en la Scala, a los solistas y a todos los que han
hecho posible este evento. Gracias al maestro Daniel
Barenboim también porque con la elección de la Novena
Sinfonía de Beethoven nos permite lanzar con la música un
mensaje que afirme el valor fundamental de la solidaridad,
de la fraternidad y de la paz. Y me parece que este mensaje
también es valioso para la familia, porque es en la familia
donde se experimenta por primera vez que la persona humana
no ha sido creada para vivir encerrada en sí misma, sino en
relación con los demás; es en la familia donde se comprende
cómo la propia realización no se logra poniéndose en el
centro, guiados por el egoísmo, sino entregándose; es en la
familia donde se comienza a encender en el corazón la luz de
la paz para que ilumine nuestro mundo. Y gracias a todos
vosotros por el momento que hemos vivido juntos. ¡Gracias de
corazón!
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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)
CELEBRACIÓN DE LA HORA MEDIA CON SACERDOTES,
RELIGIOSOS, CONSAGRADOS Y SEMINARISTAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Duomo de Milán Sábado 2 de junio de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Nos hemos reunido en oración, respondiendo a la
invitación del himno ambrosiano de la Hora Tercia:
«Es la hora tercia. Jesús, el Señor, sube injuriado
a la cruz». Es una clara referencia a la obediencia
amorosa de Jesús a la voluntad del Padre. El
misterio pascual ha dado inicio a un tiempo nuevo:
la muerte y resurrección de Cristo recrea la
inocencia en la humanidad y suscita en ella la
alegría. De hecho, el himno prosigue: «Aquí comienza
la época de la salvación de Cristo», «Hinc iam
beata tempora coepere Christi gratia». Nos hemos
reunido en la basílica catedral, en este Duomo, que
es verdaderamente el corazón de Milán. Desde aquí el
pensamiento se extiende a la vastísima archidiócesis
ambrosiana, que a lo largo de los siglos y también
en tiempos recientes ha dado a la Iglesia hombres
insignes por su santidad de vida y por su
ministerio, como san Ambrosio y san Carlos, y
algunos Pontífices de talla poco común, como Pío XI
y el siervo de Dios Pablo VI, y los beatos
cardenales Andrea Carlo Ferrari y Alfredo Ildefonso
Schuster.
Me alegra mucho estar un poco con vosotros. Saludo
con afecto a todos, y a cada uno en particular, y
extiendo mi saludo de modo especial a los que están
enfermos o son muy ancianos. Saludo con viva
cordialidad a vuestro arzobispo, el cardenal Angelo
Scola, y le agradezco sus amables palabras; saludo
con afecto a vuestros pastores eméritos, los
cardenales Carlo Maria Martini y Dionigi Tettamanzi,
con los demás cardenales y obispos presentes.
En este momento vivimos el misterio de la Iglesia en
su expresión más alta, la de la oración litúrgica.
Nuestros labios, nuestro corazón y nuestra mente, en
la oración eclesial se hacen intérpretes de las
necesidades y de los anhelos de toda la humanidad.
Con las palabras del Salmo 118 hemos suplicado al
Señor en nombre de todos los hombres: «Inclina mi
corazón a tus preceptos… Señor, que me alcance tu
favor» (vv. 36.41). La oración diaria de la Liturgia
de las Horas constituye una tarea esencial del
ministerio ordenado en la Iglesia. También a través
del Oficio divino, que prolonga a lo largo de la
jornada el misterio central de la Eucaristía, los
presbíteros están unidos de modo especial al Señor
Jesús, vivo y operante en el tiempo. ¡El sacerdocio
es un don precioso! Vosotros, queridos seminaristas
que os preparáis para recibirlo, aprended a gustarlo
desde ahora y vivid con empeño el valioso tiempo en
el seminario. El arzobispo Montini, durante las
ordenaciones de 1958 dijo precisamente en esta
catedral: «Comienza la vida sacerdotal: un poema, un
drama, un misterio nuevo…, fuente de perpetua
meditación…, siempre objeto de descubrimiento y de
maravilla; [el sacerdocio] —dijo— siempre es novedad
y belleza para quien le dedica un pensamiento
amoroso…, es reconocimiento de la obra de Dios en
nosotros» (Homilía en la ceremonia de ordenación
de 46 sacerdotes, 21 de junio de 1958).
Si Cristo, para edificar su Iglesia, se entrega en
las manos del sacerdote, este a su vez se debe
abandonar a él sin reservas: el amor al Señor Jesús
es el alma y la razón del ministerio sacerdotal,
como fue premisa para que él asignara a Pedro la
misión de apacentar su rebaño: «Simón…, ¿me amas más
que estos?… Apacienta mis corderos (Jn 21,
15)». El concilio Vaticano II recordó que Cristo «es
siempre el principio y fuente de la unidad de su
vida. Los presbíteros, por tanto, conseguirán la
unidad de su vida uniéndose a Cristo en el
conocimiento de la voluntad del Padre y en la
entrega de sí mismos a favor del rebaño a ellos
confiado. Así, realizando la misión del buen Pastor,
encontrarán en el ejercicio mismo de la caridad
pastoral el vínculo de la perfección sacerdotal que
una su vida con su acción» (Presbyterorum
ordinis, 14). Precisamente sobre esta
cuestión afirmó: en las diversas ocupaciones, de
hora en hora, la unidad de la vida, la unidad del
ser sacerdote se encuentra precisamente en esta
fuente de la amistad profunda de con Jesús, en estar
interiormente junto con él. Y no hay oposición entre
el bien de la persona del sacerdote y su misión; más
aún, la caridad pastoral es elemento unificador de
vida que parte de una relación cada vez más íntima
con Cristo en la oración para vivir la entrega total
de sí mismos en favor del rebaño, de modo que el
pueblo de Dios crezca en la comunión con Dios y sea
manifestación de la comunión de la Santísima
Trinidad. De hecho, cada una de nuestras acciones
tiene como finalidad llevar a los fieles a la unión
con el Señor y hacer crecer así la comunión eclesial
para la salvación del mundo. Las tres cosas: unión
personal con Dios, bien de la Iglesia y bien de la
humanidad en su totalidad no son cosas distintas u
opuestas, sino una sinfonía de la fe vivida.
El celibato sacerdotal y la virginidad consagrada
son signo luminoso de esta caridad pastoral y de un
corazón indiviso. En el himno de san Ambrosio hemos
cantado: «Si en ti nace el Hijo de Dios, conservas
la vida inocente». «Acoger a Cristo» —«Christum
suscipere»— es un tema que vuelve a menudo en la
predicación del santo obispo de Milán; cito un
pasaje de su Comentario a san Lucas: «Quien acoge a
Cristo en la intimidad de su casa se sacia con las
alegrías más grandes» (Expos. Evangelii sec.
Lucam, v. 16). El Señor Jesús fue su gran
atractivo, el tema principal de su reflexión y de su
predicación, y sobre todo el término de un amor vivo
e íntimo. Sin duda, el amor a Jesús vale para todos
los cristianos, pero adquiere un significado
singular para el sacerdote célibe y para quien ha
respondido a la vocación a la vida consagrada: sólo
y siempre en Cristo se encuentra la fuente y el
modelo para repetir a diario el «sí» a la voluntad
de Dios. «¿Qué lazos tenía Cristo?», se preguntaba
san Ambrosio, que con intensidad sorprendente
predicó y cultivó la virginidad en la Iglesia,
promoviendo también la dignidad de la mujer. A esa
pregunta respondía: «No tiene lazos de cuerda, sino
vínculos de amor y afecto del alma» (De
virginitate, 13, 77). Y, precisamente en un
célebre sermón a las vírgenes, dijo: «Cristo es todo
para nosotros. Si tú quieres curar tus heridas, él
es médico; si estás ardiendo de fiebre, él es fuente
refrescante; si estás oprimido por la iniquidad, él
es justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es
vigor; si temes la muerte, él es la vida; si deseas
el cielo, él es el camino; si huyes de las
tinieblas, él es la luz; si buscas comida, él es
alimento» (ib., 16, 99).
Queridos hermanos y hermanas consagrados, os
agradezco vuestro testimonio y os aliento: mirad al
futuro con confianza, contando con la fidelidad de
Dios, que no nos faltará nunca, y el poder de su
gracia, capaz de realizar siempre nuevas maravillas,
también en nosotros y con nosotros. Las antífonas de
la salmodia de este sábado nos han llevado a
contemplar el misterio de la Virgen María. De hecho,
en ella podemos reconocer el «tipo de vida en
pobreza y virginidad que eligió para sí mismo Cristo
el Señor y que también abrazó su madre, la Virgen» (Lumen
gentium, 46), una vida en plena obediencia a la
voluntad de Dios.
El himno nos ha recordado también las palabras de
Jesús en la cruz: «Desde la gloria de su patíbulo,
Jesús habla a la Virgen: “Mujer, he ahí a tu hijo”;
“Juan, he ahí a tu madre”». María, Madre de Cristo,
extiende y prolonga también en nosotros su divina
maternidad, para que el ministerio de la Palabra y
de los sacramentos, la vida de contemplación y la
actividad apostólica en las múltiples formas
perseveren, sin cansancio y con valentía, al
servicio de Dios y para la edificación de su
Iglesia.
En este momento quiero dar gracias a Dios por los
numerosos sacerdotes ambrosianos, religiosos y
religiosas que han gastado sus energías al servicio
del Evangelio, llegando incluso al sacrificio
supremo de la vida. Algunos de ellos han sido
propuestos al culto y a la imitación de los fieles
también en tiempos recientes: los beatos sacerdotes
Luigi Talamoni, Luigi Biraghi, Luigi Monza, Carlo
Gnocchi, Serafino Morazzone; los beatos religiosos
Giovanni Mazzucconi, Luigi Monti y Clemente Vismara,
y las religiosas Maria Anna Sala y Enrichetta
Alfieri. Por su común intercesión pidamos con
confianza al Dador de todo don que haga siempre
fecundo el ministerio de los sacerdotes, que
refuerce el testimonio de las personas consagradas,
para mostrar al mundo la belleza de la entrega a
Cristo y a la Iglesia; y que renueve a las familias
cristianas según el designio de Dios, para que sean
espacios de gracia y de santidad, terreno fértil
para las vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada. Amén. Gracias.
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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)
ENCUENTRO CON LOS CONFIRMANDOS
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Estadio "Meazza", San Siro Sábado 2 de junio de 2012
Queridos muchachos y muchachas:
Para mí es una gran alegría poder encontrarme con
vosotros durante mi visita a vuestra ciudad. En este
famoso estadio de fútbol hoy los protagonistas sois
vosotros. Saludo a vuestro arzobispo, el cardenal
Angelo Scola, y le agradezco las palabras que me ha
dirigido. Gracias también a don Samuele Marelli.
Saludo a vuestro amigo que, en nombre de todos
vosotros, me ha dirigido palabras de bienvenida. Me
alegra saludar a los vicarios episcopales que, en
nombre del arzobispo, os han administrado o
administrarán la Confirmación. Expreso mi
agradecimiento en particular a la fundación «Oratori
Milanesi» que ha organizado este encuentro, a
vuestros sacerdotes, a todos los catequistas, a los
educadores, a los padrinos y a las madrinas, y a
quienes en las diversas comunidades parroquiales se
han hecho vuestros compañeros de viaje y os han
testimoniado la fe en Jesucristo muerto y
resucitado, y vivo.
Vosotros, queridos muchachos, os estáis preparando
para recibir el sacramento de la Confirmación, o lo
habéis recibido recientemente. Sé que habéis
realizado un buen itinerario formativo, llamado este
año «El espectáculo del Espíritu». Ayudados por este
itinerario, con varias etapas, habéis aprendido a
reconocer las cosas estupendas que el Espíritu Santo
ha hecho y hace en vuestra vida y en todos los que
dicen «sí» al Evangelio de Jesucristo. Habéis
descubierto el gran valor del Bautismo, el primero
de los sacramentos, la puerta de entrada a la vida
cristiana. Vosotros lo habéis recibido gracias a
vuestros padres, que juntamente con los padrinos, en
vuestro nombre, profesaron el Credo y se
comprometieron a educaros en la fe. Esta fue para
vosotros —al igual que para mí, hace mucho tiempo—
una gracia inmensa. Desde aquel momento, renacidos
por el agua y por el Espíritu Santo, habéis entrado
a formar parte de la familia de los hijos de Dios,
habéis llegado a ser cristianos, miembros de la
Iglesia.
Ahora habéis crecido, y vosotros mismos podéis decir
vuestro personal «sí» a Dios, un «sí» libre y
consciente. El sacramento de la Confirmación
refuerza el Bautismo y derrama el Espíritu Santo en
abundancia sobre vosotros. Ahora vosotros mismos,
llenos de gratitud, tenéis la posibilidad de acoger
sus grandes dones, que os ayudan, en el camino de la
vida, a ser testigos fieles y valientes de Jesús.
Los dones del Espíritu son realidades estupendas,
que os permiten formaros como cristianos, vivir el
Evangelio y ser miembros activos de la comunidad.
Recuerdo brevemente estos dones, de los que ya nos
habla el profeta Isaías y luego Jesús:
El primer don es la
sabiduría, que os hace
descubrir cuán bueno y grande es el Señor y, como lo
dice la palabra, hace que vuestra vida esté llena de
sabor, para que, como decía Jesús, seáis «sal de la
tierra».
Luego el don de
entendimiento, para que
comprendáis a fondo la Palabra de Dios y la verdad
de la fe.
Después viene el don de
consejo, que os
guiará a descubrir el proyecto de Dios para vuestra
vida, para la vida de cada uno de vosotros.
Sigue el don de
fortaleza, para vencer las
tentaciones del mal y hacer siempre el bien, incluso
cuando cuesta sacrificio.
Luego el don de
ciencia, no ciencia en el
sentido técnico, como se enseña en la Universidad,
sino ciencia en el sentido más profundo, que enseña
a encontrar en la creación los signos, las huellas
de Dios, a comprender que Dios habla en todo tiempo
y me habla a mí, y a animar con el Evangelio el
trabajo de cada día; a comprender que hay una
profundidad y comprender esta profundidad, y así dar
sentido al trabajo, también al que resulta difícil.
Otro don es el de
piedad, que mantiene viva
en el corazón la llama del amor a nuestro Padre que
está en el cielo, para que oremos a él cada día con
confianza y ternura de hijos amados; para no olvidar
la realidad fundamental del mundo y de mi vida: que
Dios existe, y que Dios me conoce y espera mi
respuesta a su proyecto.
Y, por último, el séptimo don es el
temor de Dios
—antes hablamos del miedo—; temor de Dios no indica
miedo, sino sentir hacia él un profundo respeto, el
respeto de la voluntad de Dios que es el verdadero
designio de mi vida y es el camino a través del cual
la vida personal y comunitaria puede ser buena; y
hoy, con todas las crisis que hay en el mundo, vemos
la importancia de que cada uno respete esta voluntad
de Dios grabada en nuestro corazón y según la cual
debemos vivir; y así este temor de Dios es deseo de
hacer el bien, de vivir en la verdad, de cumplir la
voluntad de Dios.
Queridos muchachos y muchachas, toda la vida
cristiana es un camino, es como recorrer una senda
que sube a un monte —por tanto, no siempre es fácil,
pero subir a un monte es una experiencia bellísima—
en compañía de Jesús. Con estos dones preciosos
vuestra amistad con él será aún más verdadera y más
íntima. Esa amistad se alimenta continuamente con el
sacramento de la Eucaristía, en el que recibimos su
Cuerpo y su Sangre. Por eso os invito a participar
siempre con alegría y fidelidad en la misa
dominical, cuando toda la comunidad se reúne para
orar juntamente, para escuchar la Palabra de Dios y
participar en el Sacrificio eucarístico. Y acudid
también al sacramento de la Penitencia, a la
Confesión: es un encuentro con Jesús, que perdona
nuestros pecados y nos ayuda a hacer el bien.
Recibir el don, recomenzar de nuevo es un gran don
en la vida, saber que soy libre, que puedo
recomenzar, que todo está perdonado. Que no falte,
además, vuestra oración personal de cada día.
Aprended a dialogar con el Señor, habladle con
confianza, contadle vuestras alegrías y
preocupaciones, y pedidle luz y apoyo para vuestro
camino.
Queridos amigos, vosotros sois afortunados porque en
vuestras parroquias hay oratorios, un gran don de la
diócesis de Milán. El oratorio, como lo dice la
palabra, es un lugar donde se ora, pero también
donde se está en grupo con la alegría de la fe, se
recibe catequesis, se juega, se organizan
actividades de servicio y de otro tipo; yo diría: se
aprende a vivir. Frecuentad asiduamente vuestro
oratorio, para madurar cada vez más en el
conocimiento y en el seguimiento del Señor. Estos
siete dones del Espíritu Santo crecen precisamente
en esta comunidad donde se ejercita la vida en la
verdad, con Dios. En la familia obedeced a vuestros
padres, escuchad las indicaciones que os dan, para
crecer como Jesús «en sabiduría, en estatura y en
gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,
52). Por último, no seáis perezosos, sino muchachos
y jóvenes comprometidos, especialmente en el
estudio, con vistas a la vida futura: es vuestro
deber diario y es una gran oportunidad que tenéis
para crecer y para preparar el futuro. Estad
disponibles y sed generosos con los demás, venciendo
la tentación de poneros vosotros mismos en el
centro, porque el egoísmo es enemigo de la verdadera
alegría. Si gustáis ahora la belleza de formar parte
de la comunidad de Jesús, podréis también vosotros
dar vuestra contribución para hacerla crecer y
sabréis invitar a los demás a formar parte de ella.
Permitidme asimismo deciros que el Señor cada día,
también hoy, aquí, os llama a cosas grandes. Estad
abiertos a lo que os sugiere y, si os llama a
seguirlo por la senda del sacerdocio o de la vida
consagrada, no le digáis no. Sería una pereza
equivocada. Jesús os colmará el corazón durante toda
la vida.
Queridos muchachos, queridas muchachas, os digo con
fuerza: tended a altos ideales: todos, no sólo
algunos, pueden llegar a una alta medida. Sed
santos. Pero, ¿es posible ser santos a vuestra edad?
Os respondo: ¡ciertamente! Lo dice también san
Ambrosio, gran santo de vuestra ciudad, en una de
sus obras, donde escribe: «Toda edad es madura para
Cristo» (De virginitate, 40). Y sobre todo lo
demuestra el testimonio de numerosos santos
coetáneos vuestros, como Domingo Savio o María
Goretti. La santidad es la senda normal del
cristiano: no está reservada a unos pocos elegidos,
sino que está abierta a todos. Naturalmente, con la
luz y la fuerza del Espíritu Santo, que no nos
faltará si extendemos nuestras manos y abrimos
nuestro corazón; y con la guía de nuestra Madre.
¿Quién es nuestra Madre? Es la Madre de Jesús,
María. A ella Jesús nos encomendó a todos, antes de
morir en la cruz. Que la Virgen María custodie
siempre la belleza de vuestro «sí» a Jesús, su Hijo,
el gran y fiel Amigo de vuestra vida. Así sea.
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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)
ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Sala del Trono del Arzobispado de Milán Sábado 2 de junio de 2012
Ilustres señores:
Os agradezco sinceramente este encuentro, que revela
vuestros sentimientos de respeto y estima hacia la
Sede apostólica y, al mismo tiempo, me permite, en
calidad de Pastor de la Iglesia universal,
expresaros aprecio por la obra diligente y
benemérita que no cesáis de promover para un
bienestar civil, social y económico cada vez mayor
de las laboriosas poblaciones milanesas y lombardas.
Gracias al cardenal Angelo Scola que ha introducido
este momento. Al dirigiros mi deferente y cordial
saludo a vosotros, mi pensamiento va a aquel que fue
vuestro ilustre predecesor, san Ambrosio, gobernador
—consularis— de las provincias de Liguria
y Aemilia, con sede en la ciudad imperial
de Milán, lugar europeo de tránsito y de referencia
—diríamos hoy—. Antes de ser elegido obispo de Mediolanum, de modo inesperado y absolutamente
contra su voluntad, porque no se sentía preparado,
había sido el responsable del orden público y había
administrado la justicia en esta ciudad. Me parecen
significativas las palabras con que el prefecto
Probo lo invitó como consularis a Milán; de
hecho, le dijo: «Ve y administra no como un juez,
sino como un obispo». Y fue efectivamente un
gobernador equilibrado e iluminado que supo afrontar
con sabiduría, buen sentido y autoridad las
cuestiones, sabiendo superar contrastes y recomponer
divisiones. Precisamente quiero detenerme brevemente
en algunos principios, por los que él se regía y que
siguen siendo valiosos para quienes están llamados a
la administración pública.
En su comentario al Evangelio de san Lucas, san
Ambrosio recuerda que «la institución del poder
deriva tan bien de Dios, que quien lo ejerce es él
mismo ministro de Dios» (Expositio
Evangelii secundum Lucam, IV, 29). Esas palabras
podrían parecer extrañas a los hombres del tercer
milenio, pero indican claramente una verdad central
sobre la persona humana, que es fundamento sólido de
la convivencia social: ningún poder del hombre puede
considerarse divino; por tanto, ningún hombre es amo
de otro hombre. San Ambrosio lo recordará con
valentía al emperador, escribiéndole: «También tú,
oh augusto emperador, eres un hombre» (Epistula
51, 11).
De la enseñanza de san Ambrosio podemos sacar otro
elemento. La primera cualidad de quien gobierna es
la justicia, virtud pública por excelencia,
porque atañe al bien de toda la comunidad. Sin
embargo, la justicia no basta. San Ambrosio la
acompaña con otra cualidad: el amor a la libertad,
que él considera elemento decisivo para distinguir a
los buenos gobernantes de los malos, pues, como se
lee en otra de sus cartas, «los buenos aman la
libertad, y los malos aman la esclavitud» (Epistula
40, 2). La libertad no es un privilegio para
algunos, sino un derecho de todos, un valioso
derecho que el poder civil debe garantizar. Con
todo, la libertad no significa arbitrio del
individuo; más bien, implica la responsabilidad de
cada uno. Aquí se encuentra uno de los principales
elementos de la laicidad del Estado: asegurar
la libertad para que todos puedan proponer su visión
de la vida común, pero siempre en el respeto de los
demás y en el contexto de las leyes que miran al
bien de todos.
Por otra parte, en la medida en que se supera la
concepción de un Estado confesional, resulta claro,
en cualquier caso, que sus leyes deben encontrar
justificación y fuerza en la ley natural, que es
fundamento de un orden adecuado a la dignidad de la
persona humana, superando una concepción meramente
positivista, de la que no pueden derivar
indicaciones que sean, de algún modo, de carácter
ético (cf.
Discurso al Parlamento alemán,
22 de septiembre de 2011). El Estado está al
servicio y para la protección de la persona y de su
«bien estar» en sus múltiples aspectos,
comenzando por el derecho a la vida, cuya supresión
deliberada nunca se puede permitir. Así pues, cada
uno puede ver cómo la legislación y la obra de las
instituciones estatales deben estar, en particular,
al servicio de la familia, fundada en el matrimonio
y abierta a la vida; y además deben reconocer el
derecho primario de los padres a la libre educación
y formación de los hijos, según el proyecto
educativo que ellos juzguen válido y pertinente. No
se hace justicia a la familia si el Estado no
sostiene la libertad de educación para el bien común
de toda la sociedad.
Teniendo en cuenta que el Estado existe para los
ciudadanos resulta muy valiosa una colaboración
constructiva con la Iglesia, sin duda no por una
confusión de las finalidades y de las funciones
diversas y distintas del poder civil y de la Iglesia
misma, sino por la aportación que ella ha dado y
todavía puede dar a la sociedad con su experiencia,
su doctrina, su tradición, sus instituciones y sus
obras, con las que se ha puesto al servicio del
pueblo. Basta pensar en la espléndida legión de los
santos de la caridad, de la escuela y de la cultura,
del cuidado de los enfermos y los marginados, a los
que se sirve y se ama como se sirve y se ama al
Señor. Esta tradición sigue dando frutos: la
laboriosidad de los cristianos lombardos en esos
ambientes es muy viva y tal vez aún más
significativa que en el pasado. Las comunidades
cristianas promueven estas actividades no tanto como
suplencia, cuanto como sobreabundancia gratuita de
la caridad de Cristo y de la experiencia
totalizadora de su fe. El tiempo de crisis que
estamos atravesando, además de valientes decisiones
técnico-políticas, necesita gratuidad, como recordé:
«La “ciudad del hombre” no se promueve sólo con
relaciones de derechos y deberes sino, antes y más
aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y
de comunión» (Caritas
in veritate,
6).
Podemos recoger una última y valiosa invitación de
san Ambrosio, cuya figura solemne y amonestadora
está tejida en el estandarte de la ciudad de Milán.
A quienes quieren colaborar en el gobierno y en la
administración pública san Ambrosio les pide que se
hagan amar. En la obra De officiis afirma:
«Lo que hace el amor, no podrá nunca hacerlo el
miedo. Nada es tan útil como hacerse amar» (II, 29).
Por otra parte, la razón que a su vez mueve y
estimula vuestra activa y laboriosa presencia en los
distintos ámbitos de la vida pública no puede menos
de ser la voluntad de dedicaros al bien de los
ciudadanos, y, por tanto, una expresión clara y un
signo evidente de amor. Así, la política se
ennoblece profundamente, convirtiéndose en una forma
elevada de caridad.
Ilustres señores, aceptad estas sencillas
consideraciones como signo de mi profunda estima por
las instituciones a las que servís y por vuestra
importante obra. Que os asista, en esta misión
vuestra, la protección continua del cielo, de la
cual quiere ser prenda y auspicio la bendición
apostólica que os imparto a vosotros, a vuestros
colaboradores y a vuestras familias. Gracias.
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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)
FIESTA DE LOS TESTIMONIOS
INTERVENCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Parco de Bresso Sábado 2 de junio de 2012
EL PAPA CON LAS FAMILIAS DEL MUNDO
1. CAT TIEN (niña de Vietnam):
Hola, Papa. Soy Cat Tien, vengo de Vietnam.
Tengo siete años y te quiero presentar a mi familia.
Él es mi papá, Dan, y mi mamá se llama Tao, y este
es mi hermanito Binh.
Me gustaría mucho saber algo de tu familia y de
cuando eras pequeño como yo...
SANTO PADRE:
Gracias a ti, querida, y a los padres: gracias de
corazón. Así que has preguntado cómo son los
recuerdos de mi familia: ¡serían tantos! Quisiera
decir sólo alguna cosa. Para nosotros, el punto
esencial para la familia era siempre el domingo,
pero el domingo comenzaba ya el sábado por la tarde.
El padre nos contaba las lecturas, las lecturas del
domingo, tomadas de un libro muy difundido en aquel
tiempo en Alemania, en el que también se explicaban
los textos. Así comenzaba el domingo: entrábamos ya
en la liturgia, en una atmósfera de alegría. Al día
siguiente íbamos a Misa. Mi casa está cerca de
Salzburgo y, por tanto, teníamos mucha música –
Mozart, Schubert, Haydn – y, cuando empezaba el Kyrie, era como si se abriera el cielo. Y,
naturalmente, luego, en casa, era muy importante una
buena comida todos juntos. Además, cantábamos mucho:
mi hermano es un gran músico, ya de chico hacía
composiciones para todos nosotros y, así, toda la
familia cantaba. El papá tocaba la cítara y cantaba;
son momentos inolvidables. Naturalmente, luego hemos
hecho viajes juntos, paseos; estábamos cerca de un
bosque, así que caminar por los bosques era algo muy
bonito: aventuras, juegos, etc. En una palabra,
éramos un solo corazón y un alma sola, con tantas
experiencias comunes, incluso en tiempos muy
difíciles, porque eran los años de la guerra, antes
de la dictadura, y después de la pobreza. Pero este
amor recíproco que había entre nosotros, esta
alegría aun por cosas simples era grande y así se
podían superar y soportar también las dificultades.
Me parece que esto es muy importante: que también
las pequeñas cosas hayan dado alegría, porque así se
expresaba el corazón del otro. De este modo, hemos
crecido en la certeza de que es bueno ser hombre,
porque veíamos que la bondad de Dios se reflejaba en
los padres y en los hermanos. Y, a decir verdad,
cuando trato de imaginar un poco cómo será en el
Paraíso, se me parece siempre al tiempo de mi
juventud, de mi infancia. Así, en este contexto de
confianza, de alegría y de amor, éramos felices, y
pienso que en el Paraíso debería ser similar a como
era en mi juventud. En este sentido, espero ir «a
casa», yendo hacia la «otra parte del mundo».
2. SERGE RAZAFINBONY Y FARA ANDRIANOMBONANA, (Pareja
de novios de Madagascar):
SERGE:
Santidad, somos Fara y Serge, y venimos de
Madagascar.
Nos hemos conocido en Florencia, donde estamos
estudiando, yo ingeniería y ella economía. Somos
novios desde hace cuatro años y soñamos volver a
nuestro país en cuanto terminemos los estudios para
dar una mano a nuestra gente, también mediante
nuestra profesión.
FARA:
Los modelos familiares que predominan en Occidente
no nos convencen, pero somos conscientes de que
también muchos tradicionalismos de nuestra África
deban ser de algún modo superados. Nos sentimos
hechos el uno para el otro; por eso queremos
casarnos y construir un futuro juntos. También
queremos que cada aspecto de nuestra vida esté
orientado por los valores del Evangelio.
Pero hablando de matrimonio, Santidad, hay una
palabra que, más que ninguna otra, nos atrae y al
mismo tiempo nos asusta: el «para siempre»...
SANTO PADRE:
Queridos amigos, gracias por este testimonio. Mi
oración os acompaña en este camino de noviazgo y
espero que podáis crear, con los valores del
Evangelio, una familia «para siempre». Usted ha
aludido a diversos tipos de matrimonio: conocemos el
«mariage coutumier» de África y el matrimonio
occidental. A decir verdad, también en Europa había
otro modelo de matrimonio dominante hasta el s. XIX,
como ahora: a menudo, el matrimonio era en realidad
un contrato entre clanes, con el cual se traba de
conservar el clan, de abrir el futuro, de defender
las propiedades, etc. Se buscaba a uno para el otro
por parte del clan, esperando que fueran idóneos uno
para otro. Así sucedía en parte también en nuestros
países. Yo me acuerdo que, en un pequeño pueblo en
el que iba al colegio, en buena parte se hacía
todavía así. Pero luego, desde el s. XIX, viene la
emancipación del individuo, de la persona, y el
matrimonio no se basa en la voluntad de otros, sino
en la propia elección; comienza con el
enamoramiento, se convierte luego en noviazgo y
finalmente en matrimonio. En aquel tiempo, todos
estábamos convencidos de que ese era el único modelo
justo y de que el amor garantizaba de por sí el
«siempre», puesto que el amor es absoluto y quiere
todo, también la totalidad del tiempo: es «para
siempre». Desafortunadamente, la realidad no era
así: se ve que el enamoramiento es bello, pero
quizás no siempre perpetuo, como lo es también el
sentimiento: no permanece por siempre. Por tanto, se
ve que el paso del enamoramiento al noviazgo y luego
al matrimonio exige diferentes decisiones,
experiencias interiores. Como he dicho, es bello
este sentimiento de amor, pero debe ser purificado,
ha de seguir un camino de discernimiento, es decir,
tiene que entrar también la razón y la voluntad; han
de unirse razón, sentimiento y voluntad. En el rito
del matrimonio, la Iglesia no dice: «¿Estás
enamorado?», sino «¿quieres?», «¿estás decidido?».
Es decir, el enamoramiento debe hacerse verdadero
amor, implicando la voluntad y la razón en un camino
de purificación, de mayor hondura, que es el
noviazgo, de modo que todo el hombre, con todas sus
capacidades, con el discernimiento de la razón y la
fuerza de voluntad, dice realmente: «Sí, esta es mi
vida». Yo pienso con frecuencia en la boda de Caná.
El primer vino es muy bueno: es el enamoramiento.
Pero no dura hasta el final: debe venir un segundo
vino, es decir, tiene que fermentar y crecer,
madurar. Un amor definitivo que llega a ser
realmente «segundo vino» es más bueno, mejor que el
primero. Y esto es lo que hemos de buscar. Y aquí es
importante también que el yo no esté aislado, el yo
y el tú, sino que se vea implicada también la
comunidad de la parroquia, la Iglesia, los amigos.
Es muy importante esto, toda la personalización
justa, la comunión de vida con otros, con familias
que se apoyan una a otra; y sólo así, en esta
implicación de la comunidad, de los amigos, de la
Iglesia, de la fe, de Dios mismo, crece un vino que
vale para siempre. ¡Os felicito!
3. FAMILIA PALEOLOGOS (Familia griega)
NIKOS:
¡Kalispera! Somos la familia Paleologos. Venimos de
Atenas. Me llamo Nikos y ella es mi mujer Pania. Y
estos son nuestros dos hijos, Pavlos y Lydia.
Hace años, con otros dos socios, invirtiendo todo lo
que teníamos, hemos creado una pequeña sociedad de
informática.
Al llegar la durísima crisis económica actual, los
clientes han disminuido drásticamente, y los que han
quedado aplazan cada vez más los pagos. A duras
penas logramos pagar los sueldos de los dos
dependientes, y a nosotros, los socios, nos queda
muy poco: así que, cada día que pasa, nos queda cada
vez menos para mantener a nuestras familias. Nuestra
situación es una como tantas, una entre millones de
otras. En la ciudad, la gente va agachando la
cabeza; ya nadie confía en nadie, falta la
esperanza.
PANIA:
También a nosotros, aunque seguimos creyendo en la
providencia, se nos hace difícil pensar en un futuro
para nuestros hijos.
Hay días y noches, Santo Padre, en los cuáles nos
surge la pregunta sobre cómo hacer para no perder la
esperanza. ¿Qué puede decir la Iglesia a toda esta
gente, a estas personas y familias a las que ya no
queda perspectivas?
SANTO PADRE:
Queridos amigos, gracias por este testimonio que me
ha llegado al corazón y al corazón de todos
nosotros. ¿Qué podemos responder? Las palabras son
insuficientes. Deberíamos hacer algo concreto y
todos sufrimos por el hecho de que somos incapaces
de hacer algo concreto. Hablemos primero de la
política: me parece que debería crecer el sentido de
responsabilidad en todos los partidos, que no
prometan cosas que no pueden realizar, que no
busquen sólo votos para ellos, sino que sean
responsables del bien de todos y que se entienda que
la política es siempre también responsabilidad
humana, moral ante Dios y los hombres. Después,
también las personas sufren y tienen que aceptar,
naturalmente, la situación tal como es, a menudo sin
posibilidad de defenderse. Sin embargo, también
podemos aquí decir: tratemos de que cada uno haga
todo lo que esté en sus manos, que piense en sí
mismo, en la familia y en los otros con gran sentido
de responsabilidad, sabiendo que los sacrificios son
necesarios para seguir adelante. Tercer punto: ¿qué
podemos hacer nosotros? Esta es mi pregunta en este
momento. Pienso que quizás podrían ayudar los
hermanamientos entre ciudades, entre familias, entre
parroquias. Nosotros tenemos ahora en Europa una red
de hermanamientos, pero se trata de intercambios
culturales, ciertamente muy buenos y útiles, pero
quizás se requieran hermanamientos en otro sentido:
que realmente una familia de Occidente, de Italia,
Alemania o Francia,... se tome la responsabilidad de
ayudar a otra familia. Y también así las parroquias,
las ciudades: que asuman verdaderamente una
responsabilidad, que ayuden de forma concreta. Y
estad seguros: yo y tantos otros rogamos por
vosotros, y esta plegaria no es sólo pronunciar
palabras, sino que abre el corazón a Dios, y así
suscita también creatividad para encontrar
soluciones. Esperamos que el Señor nos ayude, que el
Señor os ayude siempre. Gracias.
4. FAMILIA RERRIE (Familia estadounidense)
JAY:
Vivimos cerca de Nueva York.
Me llamo Jay, soy de origen jamaicano y trabajo de
contable.
Ella es mi mujer, Anna, y es maestra de apoyo.
Y estos son nuestros seis hijos, que tienen de 2 a
12 años. Así que se puede imaginar, Santidad, que
nuestra vida está hecha de continuas carreras contra
el tiempo, de afanes, de ajustes muy complicados...
También para nosotros, en los Estados Unidos, una de
las prioridades absolutas es conservar el puesto de
trabajo y, para ello, no hay que atenerse a los
horarios y, con frecuencia, lo que se resiente son
precisamente las relaciones familiares.
ANNA:
En verdad no siempre es fácil… La impresión,
Santidad, es que las instituciones y las empresas no
facilitan compaginar el tiempo del trabajo con el
tiempo para la familia.
Santidad, imaginamos que para usted tampoco es fácil
conciliar sus infinitos compromisos con el descanso.
¿Tiene algún consejo para ayudarnos a reencontrar
esta armonía necesaria? En el torbellino de tantos
estímulos impuestos por la sociedad contemporánea,
¿cómo ayudar a la familia a vivir la fiesta según el
corazón de Dios?
SANTO PADRE: Es una gran cuestión, y creo entender
este dilema entre las dos prioridades: la prioridad
del puesto de trabajo es fundamental, como lo es la
prioridad de la familia. Y cómo armonizar las dos
prioridades. Puedo tratar únicamente de dar algún
consejo. El primer punto: hay empresas que permiten
un cierto extra para las familias – el día
del cumpleaños, etc. – y comprueban que conceder un
poco de libertad, al final hace bien también a la
empresa, porque refuerza el amor por el trabajo, por
el puesto de trabajo. Por tanto, quisiera aquí
invitar a quienes dan trabajo a pensar en la
familia, a pensar también en dar su aportación para
que las dos prioridades puedan conciliar. Segundo
punto: me parece que naturalmente se deba buscar una
cierta creatividad, y esto no siempre es fácil. Pero
llevar cada día a la familia al menos algún motivo
de alegría, de atención, alguna renuncia a la propia
voluntad para estar juntos en familia, y de aceptar
y superar las noches, las oscuridades de las que
antes ya he hablado, pensando en este gran bien que
es la familia y encontrar así una conciliación de
las dos prioridades, también en la solicitud por
llevar cada día algo bueno. Y finalmente, está el
domingo, la fiesta; espero que en America se observe
el domingo. Y por tanto, este día, me parece muy
importante, porque el domingo, precisamente en
cuanto día del Señor es también «día del hombre»,
porque estamos libres. En el relato de la creación,
esta era la intención original del Creador: que
todos seamos libres un día. En esta libertad de uno
para el otro, para sí mismos, se es libre para Dios.
Pienso que así defendemos la libertad del hombre,
defendiendo el domingo y las fiestas como días de
Dios y así días del hombre. Os felicito. Gracias.
5. FAMILIA ARAUJO (familia brasileña de Porto
Alegre)
MARIA MARTA:
Santidad, como en el resto del mundo, también en
Brasil los fracasos matrimoniales van aumentando.
Me llamo María Marta, él es Manoel Angelo. Estamos
casamos desde hace 34 años y somos ya abuelos. En
cuanto medico y psicoterapeuta familiar encontramos
tantas familias, observando en los conflictos de
pareja una dificultad mayor de perdonar y de aceptar
el perdón, pero en diversos casos hemos visto el
deseo y la voluntad de construir una nueva unión
algo de duradero, también para los hijos que nacen
de la nueva unión.
MANOEL ANGELO:
Algunas de estas parejas que se vuelven a casar
desearían acercarse nuevamente a la Iglesia, pero
cuando ven que se les niega los sacramentos su
desilusión es grande. Se sienten excluidos, marcados
por un juicio inapelable.
Estos grandes sufrimientos hieren en lo profundo a
quien está implicado; heridas que se convierten
también parte del mundo, y son heridas también
nuestras, de toda la humanidad.
Santo Padre, sabemos que esta situación y estas
personas es una gran preocupación para la Iglesia:
¿Qué palabras y signos de esperanza podemos darles?
SANTO PADRE:
Queridos amigos, gracias por vuestro trabajo tan
necesario de psicoterapeutas para la familia.
Gracias por todo lo que hacéis por ayudar a estas
personas que sufren. En realidad, este problema de
los divorciados y vueltos a casar es una de las
grandes penas de la Iglesia de hoy. Y no tenemos
recetas sencillas. El sufrimiento es grande y
podemos sólo animar a las parroquias, a cada uno
individualmente, a que ayuden a estas personas a
soportar el dolor de este divorcio. Diría que,
naturalmente, sería muy importante la prevención, es
decir, que se profundizara desde el inicio del
enamoramiento hasta llegar a una decisión profunda,
madura; y también el acompañamiento durante el
matrimonio, para que las familias nunca estén solas
sino que estén realmente acompañadas en su camino. Y
luego, por lo que se refiere a estas personas,
debemos decir – como usted ha hecho notar – que la
Iglesia les ama, y ellos deben ver y sentir este
amor. Me parece una gran tarea de una parroquia, de
una comunidad católica, el hacer realmente lo
posible para que sientan que son amados, aceptados,
que no están «fuera» aunque no puedan recibir la
absolución y la Eucaristía: deben ver que aun así
viven plenamente en la Iglesia. A lo mejor, si no es
posible la absolución en la Confesión, es muy
importante sin embargo un contacto permanente con un
sacerdote, con un director espiritual, para que
puedan ver que son acompañados, guiados. Además, es
muy valioso que sientan que la Eucaristía es
verdadera y participada si realmente entran en
comunión con el Cuerpo de Cristo. Aun sin la
recepción «corporal» del sacramento, podemos estar
espiritualmente unidos a Cristo en su Cuerpo. Y
hacer entender que esto es importante. Que
encuentren realmente la posibilidad de vivir una
vida de fe, con la Palabra de Dios, con la comunión
de la Iglesia y puedan ver que su sufrimiento es un
don para la Iglesia, porque sirve así a todos para
defender también la estabilidad del amor, del
matrimonio; y que este sufrimiento no es sólo un
tormento físico y psicológico, sino que también es
un sufrir en la comunidad de la Iglesia por los
grandes valores de nuestra fe. Pienso que su
sufrimiento, si se acepta de verdad interiormente,
es un don para la Iglesia. Deben saber que
precisamente de esa manera sirven a la Iglesia,
están en el corazón de la Iglesia. Gracias por
vuestro compromiso.
SALUDOS A LOS AFECTADOS POR EL TERREMOTO
SANTO PADRE:
Querido amigos, sabéis que sentimos profundamente
vuestro dolor, vuestro sufrimiento; y sobretodo,
ruego cada día para que termine por fin este
terremoto. Todos queremos colaborar para ayudaros:
estad seguros de que no los olvidamos, que todos
hacemos lo posible para ayudarles – la Caritas,
todas las organizaciones de la Iglesia, el Estado,
las diversas comunidades –; cada uno de nosotros
quiere ayudarlos, sea espiritualmente con nuestra
plegaria, con la cercanía de corazón, sea
materialmente, y oro insistentemente por vosotros.
Dios os ayude, nos ayude a todos. Os felicito, el
Señor os bendiga.
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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)
CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Parque de Bresso Domingo 3 de junio de 2012
Venerados hermanos, Ilustres autoridades, Queridos hermanos y hermanas
Es un gran momento de alegría y comunión el que
vivimos esta mañana, con la celebración del
sacrificio eucarístico. Una gran asamblea, reunida
con el Sucesor de Pedro, formada por fieles de
muchas naciones. Es una imagen expresiva de la
Iglesia, una y universal, fundada por Cristo y fruto
de aquella misión que, como hemos escuchado en el
evangelio, Jesús confió a sus apóstoles: Ir y hacer
discípulos a todos los pueblos, «bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt
28, 18-19). Saludo con afecto y reconocimiento al
Cardenal Angelo Scola, Arzobispo de Milán, y al
Cardenal Ennio Antonelli, Presidente del Pontificio
Consejo para la Familia, artífices principales de
este VII Encuentro Mundial de las Familias, así como
a sus colaboradores, a los obispos auxiliares de
Milán y a todos los demás obispos. Saludo con
alegría a todas las autoridades presentes. Mi abrazo
cordial va dirigido sobre todo a vosotras, queridas
familias. Gracias por vuestra participación.
En la segunda lectura, el apóstol Pablo nos ha
recordado que en el bautismo hemos recibido el
Espíritu Santo, que nos une a Cristo como hermanos y
como hijos nos relaciona con el Padre, de tal manera
que podemos gritar: «¡Abba, Padre!» (cf. Rm 8, 15.17). En aquel momento se nos dio un
germen de vida nueva, divina, que hay que
desarrollar hasta su cumplimiento definitivo en la
gloria celestial; hemos sido hechos miembros de la
Iglesia, la familia de Dios, «sacrarium
Trinitatis», según la define san Ambrosio,
pueblo que, como dice el Concilio Vaticano II,
aparece «unido por la unidad del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo» (Const.
Lumen gentium,
4). La solemnidad litúrgica de la Santísima
Trinidad, que celebramos hoy, nos invita a
contemplar ese misterio, pero nos impulsa también al
compromiso de vivir la comunión con Dios y entre
nosotros según el modelo de la Trinidad. Estamos
llamados a acoger y transmitir de modo concorde las
verdades de la fe; a vivir el amor recíproco y hacia
todos, compartiendo gozos y sufrimientos,
aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorando
los diferentes carismas bajo la guía de los
pastores. En una palabra, se nos ha confiado la
tarea de edificar comunidades eclesiales que sean
cada vez más una familia, capaces de reflejar la
belleza de la Trinidad y de evangelizar no sólo con
la palabra. Más bien diría por «irradiación», con la
fuerza del amor vivido.
La familia, fundada sobre el matrimonio entre el
hombre y la mujer, está también llamada al igual que
la Iglesia a ser imagen del Dios Único en Tres
Personas. Al principio, en efecto, «creó Dios al
hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre
y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo:
“Creced, multiplicaos”» (Gn 1, 27-28). Dios
creó el ser humano hombre y mujer, con la misma
dignidad, pero también con características propias y
complementarias, para que los dos fueran un don el
uno para el otro, se valoraran recíprocamente y
realizaran una comunidad de amor y de vida. El amor
es lo que hace de la persona humana la auténtica
imagen de la Trinidad, imagen de Dios. Queridos
esposos, viviendo el matrimonio no os dais cualquier
cosa o actividad, sino la vida entera. Y vuestro
amor es fecundo, en primer lugar, para vosotros
mismos, porque deseáis y realizáis el bien el uno al
otro, experimentando la alegría del recibir y del
dar. Es fecundo también en la procreación, generosa
y responsable, de los hijos, en el cuidado esmerado
de ellos y en la educación metódica y sabia. Es
fecundo, en fin, para la sociedad, porque la vida
familiar es la primera e insustituible escuela de
virtudes sociales, como el respeto de las personas,
la gratuidad, la confianza, la responsabilidad, la
solidaridad, la cooperación. Queridos esposos,
cuidad a vuestros hijos y, en un mundo dominado por
la técnica, transmitidles, con serenidad y
confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe,
planteándoles metas altas y sosteniéndolos en la
debilidad. Pero también vosotros, hijos, procurad
mantener siempre una relación de afecto profundo y
de cuidado diligente hacia vuestros padres, y
también que las relaciones entre hermanos y hermanas
sean una oportunidad para crecer en el amor.
El proyecto de Dios sobre la pareja humana encuentra
su plenitud en Jesucristo, que elevó el matrimonio a
sacramento. Queridos esposos, Cristo, con un don
especial del Espíritu Santo, os hace partícipes de
su amor esponsal, haciéndoos signo de su amor por la
Iglesia: un amor fiel y total. Si, con la fuerza que
viene de la gracia del sacramento, sabéis acoger
este don, renovando cada día, con fe, vuestro «sí»,
también vuestra familia vivirá del amor de Dios,
según el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret.
Queridas familias, pedid con frecuencia en la
oración la ayuda de la Virgen María y de san José,
para que os enseñen a acoger el amor de Dios como
ellos lo acogieron. Vuestra vocación no es fácil de
vivir, especialmente hoy, pero el amor es una
realidad maravillosa, es la única fuerza que puede
verdaderamente transformar el cosmos, el mundo. Ante
vosotros está el testimonio de tantas familias, que
señalan los caminos para crecer en el amor: mantener
una relación constante con Dios y participar en la
vida eclesial, cultivar el diálogo, respetar el
punto de vista del otro, estar dispuestos a servir,
tener paciencia con los defectos de los demás, saber
perdonar y pedir perdón, superar con inteligencia y
humildad los posibles conflictos, acordar las
orientaciones educativas, estar abiertos a las demás
familias, atentos con los pobres, responsables en la
sociedad civil. Todos estos elementos construyen la
familia. Vividlos con valentía, con la seguridad de
que en la medida en que viváis el amor recíproco y
hacia todos, con la ayuda de la gracia divina, os
convertiréis en evangelio vivo, una verdadera
Iglesia doméstica (cf. Exh. ap.
Familiaris consortio,
49). Quisiera dirigir unas palabras también a los
fieles que, aun compartiendo las enseñanzas de la
Iglesia sobre la familia, están marcados por las
experiencias dolorosas del fracaso y la separación.
Sabed que el Papa y la Iglesia os sostienen en
vuestra dificultad. Os animo a permanecer unidos a
vuestras comunidades, al mismo tiempo que espero que
las diócesis pongan en marcha adecuadas iniciativas
de acogida y cercanía.
En el libro del Génesis, Dios confía su creación a
la pareja humana, para que la guarde, la cultive, la
encamine según su proyecto (cf. 1,27-28; 2,15). En
esta indicación de la Sagrada Escritura podemos
comprender la tarea del hombre y la mujer como
colaboradores de Dios para transformar el mundo, a
través del trabajo, la ciencia y la técnica. El
hombre y la mujer son imagen de Dios también en esta
obra preciosa, que han de cumplir con el mismo amor
del Creador. Vemos que, en las modernas teorías
económicas, prevalece con frecuencia una concepción
utilitarista del trabajo, la producción y el
mercado. El proyecto de Dios y la experiencia misma
muestran, sin embargo, que no es la lógica
unilateral del provecho propio y del máximo
beneficio lo que contribuye a un desarrollo
armónico, al bien de la familia y a edificar una
sociedad justa, ya que supone una competencia
exasperada, fuertes desigualdades, degradación del
medio ambiente, carrera consumista, pobreza en las
familias. Es más, la mentalidad utilitarista tiende
a extenderse también a las relaciones
interpersonales y familiares, reduciéndolas a
simples convergencias precarias de intereses
individuales y minando la solidez del tejido social.
Un último elemento. El hombre, en cuanto imagen de
Dios, está también llamado al descanso y a la
fiesta. El relato de la creación concluye con estas
palabras: «Y habiendo concluido el día séptimo la
obra que había hecho, descansó el día séptimo de
toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el día
séptimo y lo consagró» (Gn 2,2-3). Para
nosotros, cristianos, el día de fiesta es el
domingo, día del Señor, pascua semanal. Es el día de
la Iglesia, asamblea convocada por el Señor
alrededor de la mesa de la palabra y del sacrificio
eucarístico, como estamos haciendo hoy, para
alimentarnos de él, entrar en su amor y vivir de su
amor. Es el día del hombre y de sus valores:
convivialidad, amistad, solidaridad, cultura,
contacto con la naturaleza, juego, deporte. Es el
día de la familia, en el que se vive juntos el
sentido de la fiesta, del encuentro, del compartir,
también en la participación de la santa Misa.
Queridas familias, a pesar del ritmo frenético de
nuestra época, no perdáis el sentido del día del
Señor. Es como el oasis en el que detenerse para
saborear la alegría del encuentro y calmar nuestra
sed de Dios.
Familia, trabajo, fiesta: tres dones de Dios, tres
dimensiones de nuestra existencia que han de
encontrar un equilibrio armónico. Armonizar el
tiempo del trabajo y las exigencias de la familia,
la profesión y la paternidad y la maternidad, el
trabajo y la fiesta, es importante para construir
una sociedad de rostro humano. A este respecto,
privilegiad siempre la lógica del ser respecto a la
del tener: la primera construye, la segunda termina
por destruir. Es necesario aprender, antes de nada
en familia, a creer en el amor auténtico, el que
viene de Dios y nos une a él y precisamente por eso
«nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras
divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta
que al final Dios sea “todo para todos” (1 Co 15,28)» (Enc.
Deus caritas est,
18). Amén.
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VISITA PASTORAL A LA ARCHIDIÓCESIS DE MILÁN
Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)
BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Parque de Bresso Domingo 3 de junio de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
No encuentro palabras para dar las gracias por esta
fiesta de Dios, por esta comunión de la familia de Dios que
somos nosotros. Al final de esta celebración, nuestra acción
de gracias se dirige a Dios que nos ha donado esta gran
experiencia eclesial. Por mi parte, expreso mi
agradecimiento a todos los que han trabajado para este
evento, comenzando por el cardenal Ennio Antonelli,
presidente del Consejo pontificio para la familia —¡gracias,
eminencia!—, y el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán
—¡gracias!—. También por este hermoso templo de Dios que nos
ha dado. Doy las gracias a todos los responsables de la
organización y a todos los voluntarios. Y me alegra anunciar
que el próximo Encuentro mundial de las familias tendrá
lugar en 2015, en Filadelfia, Estados Unidos. Saludo al
arzobispo de Filadelfia, monseñor Charles Chaput, y le
agradezco desde ahora la disponibilidad que ha ofrecido.
Saludo afectuosamente a las familias de lengua francesa y
sobre todo a las que han venido a Milán. Encomiendo a todas
las familias a la Sagrada Familia de Nazaret para que sean
lugares donde se desarrolle la vida, familias donde Dios
encuentre su lugar. Hoy participo también espiritualmente en
la alegría de los fieles de la archidiócesis de Besançon que
están reunidos para la celebración de la beatificación del
padre Marie Jean-Joseph Lataste, sacerdote de la Orden de
Predicadores, apóstol de la misericordia y «apóstol de las
cárceles». Me siento feliz de anunciar que el próximo
Encuentro mundial de las familias tendrá lugar en la ciudad
de Filadelfia, Estados Unidos, en 2015. Que por la
intercesión de la Virgen María abráis vuestro corazón y
vuestros hogares a Cristo.
Al concluir esta celebración dirigiéndonos en oración a
la Virgen María, quiero extender mi agradecimiento a todos
los que han contribuido al éxito de este Encuentro mundial
de las familias, especialmente al cardenal Ennio Antonelli,
presidente del Consejo pontificio para la familia, al
cardenal Angelo Scola, a la archidiócesis y a la ciudad de
Milán, y a las numerosas personas de Italia y de otras
partes que han orado y trabajado duramente para que este
encuentro fuera un tiempo de gracia para todos. Ahora tengo
la alegría de anunciar que el próximo Encuentro mundial de
las familias tendrá lugar en 2015 en Filadelfia, Estados
Unidos. Dirijo mi cordial saludo al arzobispo Charles Chaput
y a los católicos de esa gran ciudad, y espero encontrarme
allí con numerosas familias de todo el mundo. Que Dios os
bendiga a todos.
Saludo cordialmente a todos los peregrinos y familias de
los países de lengua alemana. Os agradezco vuestra
participación en este Encuentro mundial de las familias en
Milán. Sabemos que la familia es de importancia vital para
la sociedad. Según el plan divino de la creación es el lugar
preferido donde el hombre crece y puede aprender cómo ser
hombre rectamente. Su contribución al desarrollo integral
del hombre es insustituible. Por tanto, hagamos todo lo
posible para crear también un clima propicio para la familia
y roguemos para que haya buenas familias y para que estén
unidas. Desde ahora os invito al próximo Encuentro mundial
de las familias en Filadelfia, en 2015. Que el Señor bendiga
y custodie a las familias y a todos nosotros.
Saludo con particular afecto a los fieles de lengua
española, que con gran entusiasmo participan en este
Encuentro mundial de las familias, así como a aquellos que
se unen espiritualmente al mismo a través de los medios de
comunicación. Que la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, haga crecer a todos interiormente en la
sabiduría del amor y de la entrega, de modo que siguiendo el
ejemplo de la Virgen María, modelo perfecto de hija, madre y
esposa, los hogares sean cada vez más templos de Dios y
verdaderas Iglesias domésticas por la copiosidad de sus
virtudes y la belleza de la mutua unión y la constante
fidelidad. Con alegría os anuncio que el próximo Encuentro
mundial de las familias de 2015 tendrá lugar en la ciudad de
Filadelfia, en los Estados Unidos de América. ¡Feliz
domingo!
Saludo a las familias de los diversos países de lengua
portuguesa, aquí presentes o en comunión con nosotros,
recordando a todas la mirada de la Trinidad divina que,
desde la aurora de la creación, se posó sobre la obra
realizada y se alegró de ella: «¡Era muy buena!». Queridas
familias, sois la obra y la fiesta de Dios. Reservando el
domingo para Dios, haced fiesta con Dios y descansad juntos
en la Fuente de donde brota la vida para construir el
presente y el futuro. Las fuerzas divinas son más poderosas
que vuestras dificultades. ¡No tengáis miedo! Sed fuertes
con Dios. Con alegría os anuncio que el próximo Encuentro
mundial será en 2015 en la ciudad estadounidense de
Filadelfia.
Saludo cordialmente a las familias polacas presentes aquí
en Milán y a las que se unen a nosotros a través de los
medios de comunicación. Que los temas tratados en estos
días, «Familia, trabajo y fiesta», refuercen en vosotros el
amor, la fidelidad y la honestidad conyugal, alienten a los
jóvenes para que deseen “ser” más bien que “tener”, para que
ayuden a todos a vivir el domingo como encuentro con Cristo,
en la alegría de la fiesta de familia. Para el próximo
Encuentro mundial de las familias os invito a Filadelfia en
Estados Unidos —Dios mediante— dentro de tres años.
Encomiendo a todas vuestras familias a María, Reina de las
familias.
Queridas familias milanesas, lombardas, italianas y del
mundo entero, os saludo a todas con afecto y os agradezco
vuestra participación. Os animo a ser siempre solidarias con
las familias que atraviesan mayores dificultades; pienso en
la crisis económica y social; pienso en el reciente
terremoto en Emilia Romaña. Que la Virgen María os acompañe
y os sostenga siempre.
Gracias.
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VISITA PASTORAL A LA ARCHIDIÓCESIS DE MILÁN
Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)
PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
EN EL ALMUERZO EN EL ARZOBISPADO
Domingo 3 de junio de 2012
Al final del almuerzo celebrado en el arzobispado
milanés el domingo 3 de junio, los cardenales Scola
y Tettamanzi dirigieron palabras de saludo al Papa.
El arzobispo emérito le entregó además una valiosa
copia del Evangeliario ambrosiano —realizada por
grandes artistas actuales— que lleva en portada una
representación iconográfica de la Jerusalén del
cielo. Benedicto XVI respondió, improvisando, con
las siguientes palabras.
Queridos amigos, me parece muy hermoso el hecho de
que al final hayamos llegado de nuevo a la Palabra
de Dios, que es la clave de la vida, la clave del
pensar, del vivir: así comenzamos y concluimos con
la Palabra de Dios. Estamos en el ámbito de la
verdadera vida. Y simplemente quiero dar las gracias
por todo lo que he vivido en estos días: por esta
experiencia de la Iglesia viva.
Aunque alguna vez se pueda pensar que la barca de
Pedro se encuentra realmente a merced de los vientos
contrarios difíciles, vemos que el Señor está
presente, vivo; que el Resucitado está realmente
vivo y tiene en su mano el gobierno del mundo y el
corazón de los hombres. Esta experiencia de que la
Iglesia está viva, que vive por el amor de Dios, que
vive por Cristo Resucitado, es —podemos decir— el
don de estos días. Por eso, demos gracias ante todo
al Señor.
Y gracias también al cardenal Scola, al cardenal
Tettamanzi, a sus colaboradores, a todos —son
numerosos los que han colaborado— y a todos los que
han festejado con nosotros.
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