ENCUENTRO MUNDIAL DE FAMILIAS

Viernes 1 de junio de 2012

ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN  

CONCIERTO EN HONOR DEL SANTO PADRE Y DE LAS DELEGACIONES OFICIALES DEL ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS

CELEBRACIÓN DE LA HORA MEDIA CON SACERDOTES, RELIGIOSOS, CONSAGRADOS Y SEMINARISTAS

ENCUENTRO CON LOS CONFIRMANDOS

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES

FIESTA DE LOS TESTIMONIOS

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

BENEDICTO XVI ÁNGELUS

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI  EN EL ALMUERZO EN EL ARZOBISPADO

 

VISITA PASTORAL A LA ARCHIDIÓCESIS DE MILÁN
Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)

ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza del Duomo, Milán
Viernes 1 de junio de 2012

Señor alcalde,
distinguidas autoridades,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas de la archidiócesis de Milán:

Os saludo cordialmente a todos, que habéis venido en gran número, así como a cuantos siguen este acontecimiento a través de la radio y la televisión. ¡Gracias por vuestra calurosa acogida! Agradezco al señor alcalde las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de la comunidad cívica. Saludo con deferencia al representante del Gobierno, al presidente de la Región, al presidente de la Provincia, así como a los demás representantes de las instituciones civiles y militares, y expreso mi aprecio por la colaboración brindada para los diversos momentos de esta visita. Y también le agradezco a usted, eminencia, su cordial saludo.

Me alegra estar hoy entre vosotros y doy las gracias a Dios, que me ofrece la oportunidad de visitar vuestra ilustre ciudad. Mi primer encuentro con los milaneses se realiza en esta plaza del Duomo, corazón de Milán, donde surge el imponente monumento símbolo de la ciudad. Con su selva de agujas invita a mirar hacia lo alto, a Dios. Precisamente ese impulso hacia el cielo ha caracterizado siempre a Milán y le ha permitido a lo largo de los tiempos responder con fruto a su vocación: ser una encrucijada —Mediolanum— de pueblos y de culturas. De esta forma, la ciudad ha sabido conjugar sabiamente el orgullo por su propia identidad con la capacidad de acoger toda contribución positiva que se le ofrecía en el transcurso de la historia. También hoy, Milán está llamada a redescubrir este papel positivo, que presagia desarrollo y paz para toda Italia. Expreso mi agradecimiento cordial, una vez más, al pastor de esta archidiócesis, el cardenal Angelo Scola, por la acogida y las palabras que me ha dirigido en nombre de toda la comunidad diocesana; con él saludo a los obispos auxiliares y a quienes lo han precedido en esta gloriosa y antigua cátedra, el cardenal Dionigi Tettamanzi y el cardenal Carlo Maria Martini.

Dirijo un saludo particular a los representantes de las familias —provenientes de todo el mundo— que participan en el VII Encuentro mundial. Dirijo un afectuoso recuerdo a cuantos tienen necesidad de ayuda y de consuelo, y se encuentran afligidos por varias preocupaciones: a las personas solas o en dificultad, a los desempleados, a los enfermos, a los encarcelados, a cuantos no tienen una casa o lo indispensable para vivir una vida digna. Que a ninguno de estos hermanos y hermanas nuestros les falte el interés solidario y constante de la colectividad. A este propósito, me complace lo que la diócesis de Milán ha hecho y sigue haciendo para salir concretamente al encuentro de las necesidades de las familias más golpeadas por la crisis económico-financiera, y por haberse puesto en acción de inmediato, junto a toda la Iglesia y la sociedad civil en Italia, para socorrer a las poblaciones damnificadas en el terremoto de Emilia Romaña, que están en nuestro corazón y en nuestras oraciones, y por las cuales invito, una vez más, a una generosa solidaridad.

El VII Encuentro mundial de las familias me ofrece la grata ocasión de visitar vuestra ciudad y renovar los vínculos estrechos y constantes que unen a la comunidad ambrosiana con la Iglesia de Roma y con el Sucesor de Pedro. Como es sabido, san Ambrosio provenía de una familia romana y mantuvo siempre vivo su vínculo con la Ciudad Eterna y con la Iglesia de Roma, manifestando y elogiando el primado del Obispo que la preside. En Pedro —afirma— «está el fundamento de la Iglesia y el magisterio de la disciplina» (De virginitate, 16, 105); y también en la conocida declaración: «Donde está Pedro, allí está la Iglesia» (Explanatio Psalmi 40, 30, 5). La prudencia pastoral y el magisterio de Ambrosio sobre la ortodoxia de la fe y sobre la vida cristiana dejarán una huella indeleble en la Iglesia universal y, en particular, marcarán a la Iglesia de Milán, que nunca ha dejado de cultivar su memoria y de conservar su espíritu. La Iglesia ambrosiana, custodiando las prerrogativas de su rito y las expresiones propias de la única fe, está llamada a vivir en plenitud la catolicidad de la Iglesia una, testimoniarla y contribuir a enriquecerla.

El profundo sentido eclesial y el sincero afecto de comunión con el Sucesor de Pedro forman parte de la riqueza y de la identidad de vuestra Iglesia a lo largo de todo su camino, y se manifiestan de modo luminoso en las figuras de los grandes pastores que la han gobernado. En primer lugar san Carlos Borromeo: hijo de vuestra tierra. Él fue, como dijo el siervo de Dios Pablo VI, «un forjador de la conciencia y de las costumbres del pueblo» (Discurso a los milaneses, 18 de marzo de 1968); y lo fue sobre todo con la aplicación amplia, tenaz y rigurosa de las reformas tridentinas, con la creación de instituciones renovadoras, comenzando por los seminarios, y con su ilimitada caridad pastoral arraigada en una profunda unión con Dios, acompañada de una ejemplar austeridad de vida. Junto con los santos Ambrosio y Carlos, deseo recordar otros excelentes pastores más cercanos a nosotros, que han enriquecido a la Iglesia de Milán con la santidad y la doctrina: el beato cardenal Andrea Carlo Ferrari, apóstol de la catequesis y de los oradores, y promotor de la renovación social en sentido cristiano; el beato Alfredo Ildefonso Schuster, el «cardenal de la oración», pastor incansable, hasta la consumación total de sí mismo por sus fieles. Además, deseo recordar a dos arzobispos de Milán que llegaron a ser Pontífices: Achille Ratti, Papa Pío xi; a su determinación se debe la positiva conclusión de la «Cuestión romana» y la constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano; y el siervo de Dios Giovanni Battista Montini, Pablo VI, bueno y sabio, que con mano experta supo guiar y llevar a un feliz resultado el concilio Vaticano II. En la Iglesia ambrosiana han madurado además algunos frutos espirituales particularmente significativos para nuestro tiempo. Entre todos hoy quiero recordar, precisamente pensando en las familias, a santa Gianna Beretta Molla, esposa y madre, mujer comprometida en el ámbito eclesial y civil, que hizo resplandecer la belleza y la alegría de la fe, de la esperanza y de la caridad.

Queridos amigos, vuestra historia es riquísima en cultura y en fe. Esta riqueza ha impregnado el arte, la música, la literatura, la cultura, la industria, la política, el deporte, las iniciativas de solidaridad de Milán y de toda la archidiócesis. Os toca ahora a vosotros, herederos de un glorioso pasado y de un patrimonio espiritual de inestimable valor, comprometeros para transmitir a las generaciones futuras la antorcha de una tradición tan luminosa. Vosotros sabéis bien cuán urgente es introducir en el actual contexto cultural la levadura evangélica. La fe en Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, vivo entre nosotros, debe animar todo el tejido de la vida, personal y comunitaria, pública y privada, para que permita un «bienestar» estable y auténtico, a partir de la familia, que es preciso redescubrir como patrimonio principal de la humanidad, coeficiente y signo de una verdadera y estable cultura a favor del hombre. La identidad singular de Milán no debe aislarla ni separarla, encerrándola en sí misma. Al contrario, conservando la savia de sus raíces y los rasgos característicos de su historia, está llamada a mirar al futuro con esperanza, cultivando un vínculo íntimo y propulsor con la vida de toda Italia y de Europa. Con la clara distinción de papeles y de finalidades, la Milán positivamente «laica» y la Milán de la fe están llamadas a concurrir al bien común.

Queridos hermanos y hermanas, ¡gracias de nuevo por vuestra acogida! Os encomiendo a la protección de la Virgen María, que desde la más alta aguja de la catedral vela maternalmente día y noche sobre esta ciudad. A todos vosotros, que estrecho en un gran abrazo, imparto mi afectuosa bendición. Gracias.

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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)

CONCIERTO EN HONOR DEL SANTO PADRE
Y DE LAS DELEGACIONES OFICIALES
DEL ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Teatro de la Scala de Milán
Viernes 1 de junio de 2012

Señores cardenales,
ilustres autoridades,
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado,
queridas delegaciones del VII Encuentro mundial de las familias:

En este lugar histórico, ante todo quiero recordar un hecho: era el 11 de mayo de 1946 y Arturo Toscanini levantó la batuta para dirigir un concierto memorable en la Scala reconstruida después de los horrores de la guerra. Narran que el gran maestro recién llegado aquí a Milán se dirigió inmediatamente a este teatro y en el centro de la sala comenzó a aplaudir para comprobar si se había mantenido intacta la proverbial acústica y, constatando que era perfecta, exclamó: «¡Es la Scala, es siempre mi Scala!». En estas palabras, «¡Es la Scala!», se encierra el sentido de este lugar, templo de la Ópera, punto de referencia musical y cultural, no sólo para Milán y para Italia, sino para todo el mundo. Y la Scala está profundamente vinculada a Milán; es una de sus glorias más grandes. Y he querido recordar aquel mayo de 1946 porque la reconstrucción de la Scala fue un signo de esperanza para la recuperación de la vida de toda la ciudad después de las destrucciones de la guerra. Por eso, para mí es un honor estar aquí con todos vosotros y haber vivido, con este espléndido concierto, un momento de elevación del espíritu. Doy las gracias al alcalde, abogado Giuliano Pisapia; al director artístico, doctor Stéphane Lissner, también por haber introducido esta velada; y sobre todo a la orquesta y al coro del teatro en la Scala, a los cuatro solistas y al maestro Daniel Barenboim por la intensa y emotiva interpretación de una de las obras maestras en absoluto de la historia de la música. La gestación de la novena sinfonía de Ludwig van Beethoven fue larga y compleja, pero desde los célebres primeros dieciséis compases del primer movimiento, se crea un clima de espera de algo grandioso y la espera no queda defraudada.

Beethoven, aun siguiendo sustancialmente las formas y el lenguaje tradicional de la Sinfonía clásica, hace percibir algo nuevo ya desde la amplitud sin precedentes de todos los movimientos de la obra, que se confirma con la parte final introducida por una terrible disonancia, en la que se halla el recitado con las famosas palabras «¡Oh amigos, no estos tonos; entonemos otros más atractivos y alegres!», palabras que, en cierto sentido, «pasan página» e introducen el tema principal del Himno a la alegría. Es una visión ideal de humanidad que Beethoven dibuja con su música: «La alegría activa en la fraternidad y en el amor recíproco, bajo la mirada paterna de Dios» (Luigi Della Croce). No es una alegría propiamente cristiana la que Beethoven canta, pero es la alegría de la convivencia fraterna de los pueblos, de la victoria sobre el egoísmo, y es el deseo de que el camino de la humanidad esté marcado por el amor, como una invitación que dirige a todos más allá de cualquier barrera y convicción.

Sobre este concierto, que debía ser una fiesta jubilosa con ocasión de este encuentro de personas provenientes de casi todas las naciones del mundo, se cierne la sombra del seísmo que ha producido gran sufrimiento a numerosos habitantes de nuestro país. Las palabras tomadas del Himno a la alegría de Schiller suenan como vacías para nosotros, más aún, no parecen verdaderas. De hecho, no experimentamos las chispas divinas del Elisio. No estamos ebrios de fuego, sino más bien paralizados por el dolor ante una destrucción tan grande e incomprensible que ha costado vidas humanas, que ha dejado a muchos sin casa y sin hogar. Incluso nos parece discutible la hipótesis de que sobre el cielo estrellado debe de habitar un buen padre. ¿El buen padre está sólo sobre el cielo estrellado? ¿Su bondad no llega hasta nosotros? Nosotros buscamos un Dios que no truena a lo lejos, sino que entra en nuestra vida y en nuestro sufrimiento.

En esta hora quisiéramos referir las palabras de Beethoven, «Amigos, no estos tonos...», precisamente a las de Schiller. No estos tonos. No necesitamos un discurso irreal de un Dios lejano y de una fraternidad que no compromete. Estamos en busca del Dios cercano. Buscamos una fraternidad que, en medio de los sufrimientos, sostiene al otro y así ayuda a seguir adelante. Después de este concierto muchos irán a la adoración eucarística, al Dios que se ha metido en nuestros sufrimientos y sigue haciéndolo. Al Dios que sufre con nosotros y por nosotros, y así ha capacitado a los hombres y las mujeres para compartir el sufrimiento de los demás y para transformarlo en amor. Precisamente a eso nos sentimos llamados por este concierto.

Así pues, gracias, una vez más, a la orquesta y al coro del teatro en la Scala, a los solistas y a todos los que han hecho posible este evento. Gracias al maestro Daniel Barenboim también porque con la elección de la Novena Sinfonía de Beethoven nos permite lanzar con la música un mensaje que afirme el valor fundamental de la solidaridad, de la fraternidad y de la paz. Y me parece que este mensaje también es valioso para la familia, porque es en la familia donde se experimenta por primera vez que la persona humana no ha sido creada para vivir encerrada en sí misma, sino en relación con los demás; es en la familia donde se comprende cómo la propia realización no se logra poniéndose en el centro, guiados por el egoísmo, sino entregándose; es en la familia donde se comienza a encender en el corazón la luz de la paz para que ilumine nuestro mundo. Y gracias a todos vosotros por el momento que hemos vivido juntos. ¡Gracias de corazón!

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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)

CELEBRACIÓN DE LA HORA MEDIA CON SACERDOTES,
RELIGIOSOS, CONSAGRADOS Y SEMINARISTAS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Duomo de Milán
Sábado 2 de junio de 2012

Queridos hermanos y hermanas:

Nos hemos reunido en oración, respondiendo a la invitación del himno ambrosiano de la Hora Tercia: «Es la hora tercia. Jesús, el Señor, sube injuriado a la cruz». Es una clara referencia a la obediencia amorosa de Jesús a la voluntad del Padre. El misterio pascual ha dado inicio a un tiempo nuevo: la muerte y resurrección de Cristo recrea la inocencia en la humanidad y suscita en ella la alegría. De hecho, el himno prosigue: «Aquí comienza la época de la salvación de Cristo», «Hinc iam beata tempora coepere Christi gratia». Nos hemos reunido en la basílica catedral, en este Duomo, que es verdaderamente el corazón de Milán. Desde aquí el pensamiento se extiende a la vastísima archidiócesis ambrosiana, que a lo largo de los siglos y también en tiempos recientes ha dado a la Iglesia hombres insignes por su santidad de vida y por su ministerio, como san Ambrosio y san Carlos, y algunos Pontífices de talla poco común, como Pío XI y el siervo de Dios Pablo VI, y los beatos cardenales Andrea Carlo Ferrari y Alfredo Ildefonso Schuster.

Me alegra mucho estar un poco con vosotros. Saludo con afecto a todos, y a cada uno en particular, y extiendo mi saludo de modo especial a los que están enfermos o son muy ancianos. Saludo con viva cordialidad a vuestro arzobispo, el cardenal Angelo Scola, y le agradezco sus amables palabras; saludo con afecto a vuestros pastores eméritos, los cardenales Carlo Maria Martini y Dionigi Tettamanzi, con los demás cardenales y obispos presentes.

En este momento vivimos el misterio de la Iglesia en su expresión más alta, la de la oración litúrgica. Nuestros labios, nuestro corazón y nuestra mente, en la oración eclesial se hacen intérpretes de las necesidades y de los anhelos de toda la humanidad. Con las palabras del Salmo 118 hemos suplicado al Señor en nombre de todos los hombres: «Inclina mi corazón a tus preceptos… Señor, que me alcance tu favor» (vv. 36.41). La oración diaria de la Liturgia de las Horas constituye una tarea esencial del ministerio ordenado en la Iglesia. También a través del Oficio divino, que prolonga a lo largo de la jornada el misterio central de la Eucaristía, los presbíteros están unidos de modo especial al Señor Jesús, vivo y operante en el tiempo. ¡El sacerdocio es un don precioso! Vosotros, queridos seminaristas que os preparáis para recibirlo, aprended a gustarlo desde ahora y vivid con empeño el valioso tiempo en el seminario. El arzobispo Montini, durante las ordenaciones de 1958 dijo precisamente en esta catedral: «Comienza la vida sacerdotal: un poema, un drama, un misterio nuevo…, fuente de perpetua meditación…, siempre objeto de descubrimiento y de maravilla; [el sacerdocio] —dijo— siempre es novedad y belleza para quien le dedica un pensamiento amoroso…, es reconocimiento de la obra de Dios en nosotros» (Homilía en la ceremonia de ordenación de 46 sacerdotes, 21 de junio de 1958).

Si Cristo, para edificar su Iglesia, se entrega en las manos del sacerdote, este a su vez se debe abandonar a él sin reservas: el amor al Señor Jesús es el alma y la razón del ministerio sacerdotal, como fue premisa para que él asignara a Pedro la misión de apacentar su rebaño: «Simón…, ¿me amas más que estos?… Apacienta mis corderos (Jn 21, 15)». El concilio Vaticano II recordó que Cristo «es siempre el principio y fuente de la unidad de su vida. Los presbíteros, por tanto, conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y en la entrega de sí mismos a favor del rebaño a ellos confiado. Así, realizando la misión del buen Pastor, encontrarán en el ejercicio mismo de la caridad pastoral el vínculo de la perfección sacerdotal que una su vida con su acción» (Presbyterorum ordinis, 14). Precisamente sobre esta cuestión afirmó: en las diversas ocupaciones, de hora en hora, la unidad de la vida, la unidad del ser sacerdote se encuentra precisamente en esta fuente de la amistad profunda de con Jesús, en estar interiormente junto con él. Y no hay oposición entre el bien de la persona del sacerdote y su misión; más aún, la caridad pastoral es elemento unificador de vida que parte de una relación cada vez más íntima con Cristo en la oración para vivir la entrega total de sí mismos en favor del rebaño, de modo que el pueblo de Dios crezca en la comunión con Dios y sea manifestación de la comunión de la Santísima Trinidad. De hecho, cada una de nuestras acciones tiene como finalidad llevar a los fieles a la unión con el Señor y hacer crecer así la comunión eclesial para la salvación del mundo. Las tres cosas: unión personal con Dios, bien de la Iglesia y bien de la humanidad en su totalidad no son cosas distintas u opuestas, sino una sinfonía de la fe vivida.

El celibato sacerdotal y la virginidad consagrada son signo luminoso de esta caridad pastoral y de un corazón indiviso. En el himno de san Ambrosio hemos cantado: «Si en ti nace el Hijo de Dios, conservas la vida inocente». «Acoger a Cristo» —«Christum suscipere»— es un tema que vuelve a menudo en la predicación del santo obispo de Milán; cito un pasaje de su Comentario a san Lucas: «Quien acoge a Cristo en la intimidad de su casa se sacia con las alegrías más grandes» (Expos. Evangelii sec. Lucam, v. 16). El Señor Jesús fue su gran atractivo, el tema principal de su reflexión y de su predicación, y sobre todo el término de un amor vivo e íntimo. Sin duda, el amor a Jesús vale para todos los cristianos, pero adquiere un significado singular para el sacerdote célibe y para quien ha respondido a la vocación a la vida consagrada: sólo y siempre en Cristo se encuentra la fuente y el modelo para repetir a diario el «sí» a la voluntad de Dios. «¿Qué lazos tenía Cristo?», se preguntaba san Ambrosio, que con intensidad sorprendente predicó y cultivó la virginidad en la Iglesia, promoviendo también la dignidad de la mujer. A esa pregunta respondía: «No tiene lazos de cuerda, sino vínculos de amor y afecto del alma» (De virginitate, 13, 77). Y, precisamente en un célebre sermón a las vírgenes, dijo: «Cristo es todo para nosotros. Si tú quieres curar tus heridas, él es médico; si estás ardiendo de fiebre, él es fuente refrescante; si estás oprimido por la iniquidad, él es justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es vigor; si temes la muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si huyes de las tinieblas, él es la luz; si buscas comida, él es alimento» (ib., 16, 99).

Queridos hermanos y hermanas consagrados, os agradezco vuestro testimonio y os aliento: mirad al futuro con confianza, contando con la fidelidad de Dios, que no nos faltará nunca, y el poder de su gracia, capaz de realizar siempre nuevas maravillas, también en nosotros y con nosotros. Las antífonas de la salmodia de este sábado nos han llevado a contemplar el misterio de la Virgen María. De hecho, en ella podemos reconocer el «tipo de vida en pobreza y virginidad que eligió para sí mismo Cristo el Señor y que también abrazó su madre, la Virgen» (Lumen gentium, 46), una vida en plena obediencia a la voluntad de Dios.

El himno nos ha recordado también las palabras de Jesús en la cruz: «Desde la gloria de su patíbulo, Jesús habla a la Virgen: “Mujer, he ahí a tu hijo”; “Juan, he ahí a tu madre”». María, Madre de Cristo, extiende y prolonga también en nosotros su divina maternidad, para que el ministerio de la Palabra y de los sacramentos, la vida de contemplación y la actividad apostólica en las múltiples formas perseveren, sin cansancio y con valentía, al servicio de Dios y para la edificación de su Iglesia.

En este momento quiero dar gracias a Dios por los numerosos sacerdotes ambrosianos, religiosos y religiosas que han gastado sus energías al servicio del Evangelio, llegando incluso al sacrificio supremo de la vida. Algunos de ellos han sido propuestos al culto y a la imitación de los fieles también en tiempos recientes: los beatos sacerdotes Luigi Talamoni, Luigi Biraghi, Luigi Monza, Carlo Gnocchi, Serafino Morazzone; los beatos religiosos Giovanni Mazzucconi, Luigi Monti y Clemente Vismara, y las religiosas Maria Anna Sala y Enrichetta Alfieri. Por su común intercesión pidamos con confianza al Dador de todo don que haga siempre fecundo el ministerio de los sacerdotes, que refuerce el testimonio de las personas consagradas, para mostrar al mundo la belleza de la entrega a Cristo y a la Iglesia; y que renueve a las familias cristianas según el designio de Dios, para que sean espacios de gracia y de santidad, terreno fértil para las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Amén. Gracias.

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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)

ENCUENTRO CON LOS CONFIRMANDOS

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Estadio "Meazza", San Siro
Sábado 2 de junio de 2012

Queridos muchachos y muchachas:

Para mí es una gran alegría poder encontrarme con vosotros durante mi visita a vuestra ciudad. En este famoso estadio de fútbol hoy los protagonistas sois vosotros. Saludo a vuestro arzobispo, el cardenal Angelo Scola, y le agradezco las palabras que me ha dirigido. Gracias también a don Samuele Marelli. Saludo a vuestro amigo que, en nombre de todos vosotros, me ha dirigido palabras de bienvenida. Me alegra saludar a los vicarios episcopales que, en nombre del arzobispo, os han administrado o administrarán la Confirmación. Expreso mi agradecimiento en particular a la fundación «Oratori Milanesi» que ha organizado este encuentro, a vuestros sacerdotes, a todos los catequistas, a los educadores, a los padrinos y a las madrinas, y a quienes en las diversas comunidades parroquiales se han hecho vuestros compañeros de viaje y os han testimoniado la fe en Jesucristo muerto y resucitado, y vivo.

Vosotros, queridos muchachos, os estáis preparando para recibir el sacramento de la Confirmación, o lo habéis recibido recientemente. Sé que habéis realizado un buen itinerario formativo, llamado este año «El espectáculo del Espíritu». Ayudados por este itinerario, con varias etapas, habéis aprendido a reconocer las cosas estupendas que el Espíritu Santo ha hecho y hace en vuestra vida y en todos los que dicen «sí» al Evangelio de Jesucristo. Habéis descubierto el gran valor del Bautismo, el primero de los sacramentos, la puerta de entrada a la vida cristiana. Vosotros lo habéis recibido gracias a vuestros padres, que juntamente con los padrinos, en vuestro nombre, profesaron el Credo y se comprometieron a educaros en la fe. Esta fue para vosotros —al igual que para mí, hace mucho tiempo— una gracia inmensa. Desde aquel momento, renacidos por el agua y por el Espíritu Santo, habéis entrado a formar parte de la familia de los hijos de Dios, habéis llegado a ser cristianos, miembros de la Iglesia.

Ahora habéis crecido, y vosotros mismos podéis decir vuestro personal «sí» a Dios, un «sí» libre y consciente. El sacramento de la Confirmación refuerza el Bautismo y derrama el Espíritu Santo en abundancia sobre vosotros. Ahora vosotros mismos, llenos de gratitud, tenéis la posibilidad de acoger sus grandes dones, que os ayudan, en el camino de la vida, a ser testigos fieles y valientes de Jesús. Los dones del Espíritu son realidades estupendas, que os permiten formaros como cristianos, vivir el Evangelio y ser miembros activos de la comunidad. Recuerdo brevemente estos dones, de los que ya nos habla el profeta Isaías y luego Jesús:

El primer don es la sabiduría, que os hace descubrir cuán bueno y grande es el Señor y, como lo dice la palabra, hace que vuestra vida esté llena de sabor, para que, como decía Jesús, seáis «sal de la tierra».

Luego el don de entendimiento, para que comprendáis a fondo la Palabra de Dios y la verdad de la fe.

Después viene el don de consejo, que os guiará a descubrir el proyecto de Dios para vuestra vida, para la vida de cada uno de vosotros.

Sigue el don de fortaleza, para vencer las tentaciones del mal y hacer siempre el bien, incluso cuando cuesta sacrificio.

Luego el don de ciencia, no ciencia en el sentido técnico, como se enseña en la Universidad, sino ciencia en el sentido más profundo, que enseña a encontrar en la creación los signos, las huellas de Dios, a comprender que Dios habla en todo tiempo y me habla a mí, y a animar con el Evangelio el trabajo de cada día; a comprender que hay una profundidad y comprender esta profundidad, y así dar sentido al trabajo, también al que resulta difícil.

Otro don es el de piedad, que mantiene viva en el corazón la llama del amor a nuestro Padre que está en el cielo, para que oremos a él cada día con confianza y ternura de hijos amados; para no olvidar la realidad fundamental del mundo y de mi vida: que Dios existe, y que Dios me conoce y espera mi respuesta a su proyecto.

Y, por último, el séptimo don es el temor de Dios —antes hablamos del miedo—; temor de Dios no indica miedo, sino sentir hacia él un profundo respeto, el respeto de la voluntad de Dios que es el verdadero designio de mi vida y es el camino a través del cual la vida personal y comunitaria puede ser buena; y hoy, con todas las crisis que hay en el mundo, vemos la importancia de que cada uno respete esta voluntad de Dios grabada en nuestro corazón y según la cual debemos vivir; y así este temor de Dios es deseo de hacer el bien, de vivir en la verdad, de cumplir la voluntad de Dios.

Queridos muchachos y muchachas, toda la vida cristiana es un camino, es como recorrer una senda que sube a un monte —por tanto, no siempre es fácil, pero subir a un monte es una experiencia bellísima— en compañía de Jesús. Con estos dones preciosos vuestra amistad con él será aún más verdadera y más íntima. Esa amistad se alimenta continuamente con el sacramento de la Eucaristía, en el que recibimos su Cuerpo y su Sangre. Por eso os invito a participar siempre con alegría y fidelidad en la misa dominical, cuando toda la comunidad se reúne para orar juntamente, para escuchar la Palabra de Dios y participar en el Sacrificio eucarístico. Y acudid también al sacramento de la Penitencia, a la Confesión: es un encuentro con Jesús, que perdona nuestros pecados y nos ayuda a hacer el bien. Recibir el don, recomenzar de nuevo es un gran don en la vida, saber que soy libre, que puedo recomenzar, que todo está perdonado. Que no falte, además, vuestra oración personal de cada día. Aprended a dialogar con el Señor, habladle con confianza, contadle vuestras alegrías y preocupaciones, y pedidle luz y apoyo para vuestro camino.

Queridos amigos, vosotros sois afortunados porque en vuestras parroquias hay oratorios, un gran don de la diócesis de Milán. El oratorio, como lo dice la palabra, es un lugar donde se ora, pero también donde se está en grupo con la alegría de la fe, se recibe catequesis, se juega, se organizan actividades de servicio y de otro tipo; yo diría: se aprende a vivir. Frecuentad asiduamente vuestro oratorio, para madurar cada vez más en el conocimiento y en el seguimiento del Señor. Estos siete dones del Espíritu Santo crecen precisamente en esta comunidad donde se ejercita la vida en la verdad, con Dios. En la familia obedeced a vuestros padres, escuchad las indicaciones que os dan, para crecer como Jesús «en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52). Por último, no seáis perezosos, sino muchachos y jóvenes comprometidos, especialmente en el estudio, con vistas a la vida futura: es vuestro deber diario y es una gran oportunidad que tenéis para crecer y para preparar el futuro. Estad disponibles y sed generosos con los demás, venciendo la tentación de poneros vosotros mismos en el centro, porque el egoísmo es enemigo de la verdadera alegría. Si gustáis ahora la belleza de formar parte de la comunidad de Jesús, podréis también vosotros dar vuestra contribución para hacerla crecer y sabréis invitar a los demás a formar parte de ella. Permitidme asimismo deciros que el Señor cada día, también hoy, aquí, os llama a cosas grandes. Estad abiertos a lo que os sugiere y, si os llama a seguirlo por la senda del sacerdocio o de la vida consagrada, no le digáis no. Sería una pereza equivocada. Jesús os colmará el corazón durante toda la vida.

Queridos muchachos, queridas muchachas, os digo con fuerza: tended a altos ideales: todos, no sólo algunos, pueden llegar a una alta medida. Sed santos. Pero, ¿es posible ser santos a vuestra edad? Os respondo: ¡ciertamente! Lo dice también san Ambrosio, gran santo de vuestra ciudad, en una de sus obras, donde escribe: «Toda edad es madura para Cristo» (De virginitate, 40). Y sobre todo lo demuestra el testimonio de numerosos santos coetáneos vuestros, como Domingo Savio o María Goretti. La santidad es la senda normal del cristiano: no está reservada a unos pocos elegidos, sino que está abierta a todos. Naturalmente, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, que no nos faltará si extendemos nuestras manos y abrimos nuestro corazón; y con la guía de nuestra Madre. ¿Quién es nuestra Madre? Es la Madre de Jesús, María. A ella Jesús nos encomendó a todos, antes de morir en la cruz. Que la Virgen María custodie siempre la belleza de vuestro «sí» a Jesús, su Hijo, el gran y fiel Amigo de vuestra vida. Así sea.

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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Sala del Trono del Arzobispado de Milán
Sábado 2 de junio de 2012

Ilustres señores:

Os agradezco sinceramente este encuentro, que revela vuestros sentimientos de respeto y estima hacia la Sede apostólica y, al mismo tiempo, me permite, en calidad de Pastor de la Iglesia universal, expresaros aprecio por la obra diligente y benemérita que no cesáis de promover para un bienestar civil, social y económico cada vez mayor de las laboriosas poblaciones milanesas y lombardas. Gracias al cardenal Angelo Scola que ha introducido este momento. Al dirigiros mi deferente y cordial saludo a vosotros, mi pensamiento va a aquel que fue vuestro ilustre predecesor, san Ambrosio, gobernador —consularis— de las provincias de Liguria y Aemilia, con sede en la ciudad imperial de Milán, lugar europeo de tránsito y de referencia —diríamos hoy—. Antes de ser elegido obispo de Mediolanum, de modo inesperado y absolutamente contra su voluntad, porque no se sentía preparado, había sido el responsable del orden público y había administrado la justicia en esta ciudad. Me parecen significativas las palabras con que el prefecto Probo lo invitó como consularis a Milán; de hecho, le dijo: «Ve y administra no como un juez, sino como un obispo». Y fue efectivamente un gobernador equilibrado e iluminado que supo afrontar con sabiduría, buen sentido y autoridad las cuestiones, sabiendo superar contrastes y recomponer divisiones. Precisamente quiero detenerme brevemente en algunos principios, por los que él se regía y que siguen siendo valiosos para quienes están llamados a la administración pública.

En su comentario al Evangelio de san Lucas, san Ambrosio recuerda que «la institución del poder deriva tan bien de Dios, que quien lo ejerce es él mismo ministro de Dios» (Expositio Evangelii secundum Lucam, IV, 29). Esas palabras podrían parecer extrañas a los hombres del tercer milenio, pero indican claramente una verdad central sobre la persona humana, que es fundamento sólido de la convivencia social: ningún poder del hombre puede considerarse divino; por tanto, ningún hombre es amo de otro hombre. San Ambrosio lo recordará con valentía al emperador, escribiéndole: «También tú, oh augusto emperador, eres un hombre» (Epistula 51, 11).

De la enseñanza de san Ambrosio podemos sacar otro elemento. La primera cualidad de quien gobierna es la justicia, virtud pública por excelencia, porque atañe al bien de toda la comunidad. Sin embargo, la justicia no basta. San Ambrosio la acompaña con otra cualidad: el amor a la libertad, que él considera elemento decisivo para distinguir a los buenos gobernantes de los malos, pues, como se lee en otra de sus cartas, «los buenos aman la libertad, y los malos aman la esclavitud» (Epistula 40, 2). La libertad no es un privilegio para algunos, sino un derecho de todos, un valioso derecho que el poder civil debe garantizar. Con todo, la libertad no significa arbitrio del individuo; más bien, implica la responsabilidad de cada uno. Aquí se encuentra uno de los principales elementos de la laicidad del Estado: asegurar la libertad para que todos puedan proponer su visión de la vida común, pero siempre en el respeto de los demás y en el contexto de las leyes que miran al bien de todos.

Por otra parte, en la medida en que se supera la concepción de un Estado confesional, resulta claro, en cualquier caso, que sus leyes deben encontrar justificación y fuerza en la ley natural, que es fundamento de un orden adecuado a la dignidad de la persona humana, superando una concepción meramente positivista, de la que no pueden derivar indicaciones que sean, de algún modo, de carácter ético (cf. Discurso al Parlamento alemán, 22 de septiembre de 2011). El Estado está al servicio y para la protección de la persona y de su «bien estar» en sus múltiples aspectos, comenzando por el derecho a la vida, cuya supresión deliberada nunca se puede permitir. Así pues, cada uno puede ver cómo la legislación y la obra de las instituciones estatales deben estar, en particular, al servicio de la familia, fundada en el matrimonio y abierta a la vida; y además deben reconocer el derecho primario de los padres a la libre educación y formación de los hijos, según el proyecto educativo que ellos juzguen válido y pertinente. No se hace justicia a la familia si el Estado no sostiene la libertad de educación para el bien común de toda la sociedad.

Teniendo en cuenta que el Estado existe para los ciudadanos resulta muy valiosa una colaboración constructiva con la Iglesia, sin duda no por una confusión de las finalidades y de las funciones diversas y distintas del poder civil y de la Iglesia misma, sino por la aportación que ella ha dado y todavía puede dar a la sociedad con su experiencia, su doctrina, su tradición, sus instituciones y sus obras, con las que se ha puesto al servicio del pueblo. Basta pensar en la espléndida legión de los santos de la caridad, de la escuela y de la cultura, del cuidado de los enfermos y los marginados, a los que se sirve y se ama como se sirve y se ama al Señor. Esta tradición sigue dando frutos: la laboriosidad de los cristianos lombardos en esos ambientes es muy viva y tal vez aún más significativa que en el pasado. Las comunidades cristianas promueven estas actividades no tanto como suplencia, cuanto como sobreabundancia gratuita de la caridad de Cristo y de la experiencia totalizadora de su fe. El tiempo de crisis que estamos atravesando, además de valientes decisiones técnico-políticas, necesita gratuidad, como recordé: «La “ciudad del hombre” no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión» (Caritas in veritate, 6).

Podemos recoger una última y valiosa invitación de san Ambrosio, cuya figura solemne y amonestadora está tejida en el estandarte de la ciudad de Milán. A quienes quieren colaborar en el gobierno y en la administración pública san Ambrosio les pide que se hagan amar. En la obra De officiis afirma: «Lo que hace el amor, no podrá nunca hacerlo el miedo. Nada es tan útil como hacerse amar» (II, 29). Por otra parte, la razón que a su vez mueve y estimula vuestra activa y laboriosa presencia en los distintos ámbitos de la vida pública no puede menos de ser la voluntad de dedicaros al bien de los ciudadanos, y, por tanto, una expresión clara y un signo evidente de amor. Así, la política se ennoblece profundamente, convirtiéndose en una forma elevada de caridad.

Ilustres señores, aceptad estas sencillas consideraciones como signo de mi profunda estima por las instituciones a las que servís y por vuestra importante obra. Que os asista, en esta misión vuestra, la protección continua del cielo, de la cual quiere ser prenda y auspicio la bendición apostólica que os imparto a vosotros, a vuestros colaboradores y a vuestras familias. Gracias.

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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)

FIESTA DE LOS TESTIMONIOS

INTERVENCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Parco de Bresso
Sábado 2 de junio de 2012

EL PAPA CON LAS FAMILIAS DEL MUNDO

1. CAT TIEN (niña de Vietnam): Hola, Papa. Soy Cat Tien, vengo de Vietnam.

Tengo siete años y te quiero presentar a mi familia. Él es mi papá, Dan, y mi mamá se llama Tao, y este es mi hermanito Binh.

Me gustaría mucho saber algo de tu familia y de cuando eras pequeño como yo...

SANTO PADRE: Gracias a ti, querida, y a los padres: gracias de corazón. Así que has preguntado cómo son los recuerdos de mi familia: ¡serían tantos! Quisiera decir sólo alguna cosa. Para nosotros, el punto esencial para la familia era siempre el domingo, pero el domingo comenzaba ya el sábado por la tarde. El padre nos contaba las lecturas, las lecturas del domingo, tomadas de un libro muy difundido en aquel tiempo en Alemania, en el que también se explicaban los textos. Así comenzaba el domingo: entrábamos ya en la liturgia, en una atmósfera de alegría. Al día siguiente íbamos a Misa. Mi casa está cerca de Salzburgo y, por tanto, teníamos mucha música – Mozart, Schubert, Haydn – y, cuando empezaba el Kyrie, era como si se abriera el cielo. Y, naturalmente, luego, en casa, era muy importante una buena comida todos juntos. Además, cantábamos mucho: mi hermano es un gran músico, ya de chico hacía composiciones para todos nosotros y, así, toda la familia cantaba. El papá tocaba la cítara y cantaba; son momentos inolvidables. Naturalmente, luego hemos hecho viajes juntos, paseos; estábamos cerca de un bosque, así que caminar por los bosques era algo muy bonito: aventuras, juegos, etc. En una palabra, éramos un solo corazón y un alma sola, con tantas experiencias comunes, incluso en tiempos muy difíciles, porque eran los años de la guerra, antes de la dictadura, y después de la pobreza. Pero este amor recíproco que había entre nosotros, esta alegría aun por cosas simples era grande y así se podían superar y soportar también las dificultades. Me parece que esto es muy importante: que también las pequeñas cosas hayan dado alegría, porque así se expresaba el corazón del otro. De este modo, hemos crecido en la certeza de que es bueno ser hombre, porque veíamos que la bondad de Dios se reflejaba en los padres y en los hermanos. Y, a decir verdad, cuando trato de imaginar un poco cómo será en el Paraíso, se me parece siempre al tiempo de mi juventud, de mi infancia. Así, en este contexto de confianza, de alegría y de amor, éramos felices, y pienso que en el Paraíso debería ser similar a como era en mi juventud. En este sentido, espero ir «a casa», yendo hacia la «otra parte del mundo».

2. SERGE RAZAFINBONY Y FARA ANDRIANOMBONANA, (Pareja de novios de Madagascar):

SERGE: Santidad, somos Fara y Serge, y venimos de Madagascar.

Nos hemos conocido en Florencia, donde estamos estudiando, yo ingeniería y ella economía. Somos novios desde hace cuatro años y soñamos volver a nuestro país en cuanto terminemos los estudios para dar una mano a nuestra gente, también mediante nuestra profesión.

FARA: Los modelos familiares que predominan en Occidente no nos convencen, pero somos conscientes de que también muchos tradicionalismos de nuestra África deban ser de algún modo superados. Nos sentimos hechos el uno para el otro; por eso queremos casarnos y construir un futuro juntos. También queremos que cada aspecto de nuestra vida esté orientado por los valores del Evangelio.

Pero hablando de matrimonio, Santidad, hay una palabra que, más que ninguna otra, nos atrae y al mismo tiempo nos asusta: el «para siempre»...

SANTO PADRE: Queridos amigos, gracias por este testimonio. Mi oración os acompaña en este camino de noviazgo y espero que podáis crear, con los valores del Evangelio, una familia «para siempre». Usted ha aludido a diversos tipos de matrimonio: conocemos el «mariage coutumier» de África y el matrimonio occidental. A decir verdad, también en Europa había otro modelo de matrimonio dominante hasta el s. XIX, como ahora: a menudo, el matrimonio era en realidad un contrato entre clanes, con el cual se traba de conservar el clan, de abrir el futuro, de defender las propiedades, etc. Se buscaba a uno para el otro por parte del clan, esperando que fueran idóneos uno para otro. Así sucedía en parte también en nuestros países. Yo me acuerdo que, en un pequeño pueblo en el que iba al colegio, en buena parte se hacía todavía así. Pero luego, desde el s. XIX, viene la emancipación del individuo, de la persona, y el matrimonio no se basa en la voluntad de otros, sino en la propia elección; comienza con el enamoramiento, se convierte luego en noviazgo y finalmente en matrimonio. En aquel tiempo, todos estábamos convencidos de que ese era el único modelo justo y de que el amor garantizaba de por sí el «siempre», puesto que el amor es absoluto y quiere todo, también la totalidad del tiempo: es «para siempre». Desafortunadamente, la realidad no era así: se ve que el enamoramiento es bello, pero quizás no siempre perpetuo, como lo es también el sentimiento: no permanece por siempre. Por tanto, se ve que el paso del enamoramiento al noviazgo y luego al matrimonio exige diferentes decisiones, experiencias interiores. Como he dicho, es bello este sentimiento de amor, pero debe ser purificado, ha de seguir un camino de discernimiento, es decir, tiene que entrar también la razón y la voluntad; han de unirse razón, sentimiento y voluntad. En el rito del matrimonio, la Iglesia no dice: «¿Estás enamorado?», sino «¿quieres?», «¿estás decidido?». Es decir, el enamoramiento debe hacerse verdadero amor, implicando la voluntad y la razón en un camino de purificación, de mayor hondura, que es el noviazgo, de modo que todo el hombre, con todas sus capacidades, con el discernimiento de la razón y la fuerza de voluntad, dice realmente: «Sí, esta es mi vida». Yo pienso con frecuencia en la boda de Caná. El primer vino es muy bueno: es el enamoramiento. Pero no dura hasta el final: debe venir un segundo vino, es decir, tiene que fermentar y crecer, madurar. Un amor definitivo que llega a ser realmente «segundo vino» es más bueno, mejor que el primero. Y esto es lo que hemos de buscar. Y aquí es importante también que el yo no esté aislado, el yo y el tú, sino que se vea implicada también la comunidad de la parroquia, la Iglesia, los amigos. Es muy importante esto, toda la personalización justa, la comunión de vida con otros, con familias que se apoyan una a otra; y sólo así, en esta implicación de la comunidad, de los amigos, de la Iglesia, de la fe, de Dios mismo, crece un vino que vale para siempre. ¡Os felicito!

3. FAMILIA PALEOLOGOS (Familia griega)

NIKOS: ¡Kalispera! Somos la familia Paleologos. Venimos de Atenas. Me llamo Nikos y ella es mi mujer Pania. Y estos son nuestros dos hijos, Pavlos y Lydia.

Hace años, con otros dos socios, invirtiendo todo lo que teníamos, hemos creado una pequeña sociedad de informática.

Al llegar la durísima crisis económica actual, los clientes han disminuido drásticamente, y los que han quedado aplazan cada vez más los pagos. A duras penas logramos pagar los sueldos de los dos dependientes, y a nosotros, los socios, nos queda muy poco: así que, cada día que pasa, nos queda cada vez menos para mantener a nuestras familias. Nuestra situación es una como tantas, una entre millones de otras. En la ciudad, la gente va agachando la cabeza; ya nadie confía en nadie, falta la esperanza.

PANIA: También a nosotros, aunque seguimos creyendo en la providencia, se nos hace difícil pensar en un futuro para nuestros hijos.

Hay días y noches, Santo Padre, en los cuáles nos surge la pregunta sobre cómo hacer para no perder la esperanza. ¿Qué puede decir la Iglesia a toda esta gente, a estas personas y familias a las que ya no queda perspectivas?

SANTO PADRE: Queridos amigos, gracias por este testimonio que me ha llegado al corazón y al corazón de todos nosotros. ¿Qué podemos responder? Las palabras son insuficientes. Deberíamos hacer algo concreto y todos sufrimos por el hecho de que somos incapaces de hacer algo concreto. Hablemos primero de la política: me parece que debería crecer el sentido de responsabilidad en todos los partidos, que no prometan cosas que no pueden realizar, que no busquen sólo votos para ellos, sino que sean responsables del bien de todos y que se entienda que la política es siempre también responsabilidad humana, moral ante Dios y los hombres. Después, también las personas sufren y tienen que aceptar, naturalmente, la situación tal como es, a menudo sin posibilidad de defenderse. Sin embargo, también podemos aquí decir: tratemos de que cada uno haga todo lo que esté en sus manos, que piense en sí mismo, en la familia y en los otros con gran sentido de responsabilidad, sabiendo que los sacrificios son necesarios para seguir adelante. Tercer punto: ¿qué podemos hacer nosotros? Esta es mi pregunta en este momento. Pienso que quizás podrían ayudar los hermanamientos entre ciudades, entre familias, entre parroquias. Nosotros tenemos ahora en Europa una red de hermanamientos, pero se trata de intercambios culturales, ciertamente muy buenos y útiles, pero quizás se requieran hermanamientos en otro sentido: que realmente una familia de Occidente, de Italia, Alemania o Francia,... se tome la responsabilidad de ayudar a otra familia. Y también así las parroquias, las ciudades: que asuman verdaderamente una responsabilidad, que ayuden de forma concreta. Y estad seguros: yo y tantos otros rogamos por vosotros, y esta plegaria no es sólo pronunciar palabras, sino que abre el corazón a Dios, y así suscita también creatividad para encontrar soluciones. Esperamos que el Señor nos ayude, que el Señor os ayude siempre. Gracias.

4. FAMILIA RERRIE (Familia estadounidense)

JAY: Vivimos cerca de Nueva York.

Me llamo Jay, soy de origen jamaicano y trabajo de contable.

Ella es mi mujer, Anna, y es maestra de apoyo.

Y estos son nuestros seis hijos, que tienen de 2 a 12 años. Así que se puede imaginar, Santidad, que nuestra vida está hecha de continuas carreras contra el tiempo, de afanes, de ajustes muy complicados...

También para nosotros, en los Estados Unidos, una de las prioridades absolutas es conservar el puesto de trabajo y, para ello, no hay que atenerse a los horarios y, con frecuencia, lo que se resiente son precisamente las relaciones familiares.

ANNA: En verdad no siempre es fácil… La impresión, Santidad, es que las instituciones y las empresas no facilitan compaginar el tiempo del trabajo con el tiempo para la familia.

Santidad, imaginamos que para usted tampoco es fácil conciliar sus infinitos compromisos con el descanso.

¿Tiene algún consejo para ayudarnos a reencontrar esta armonía necesaria? En el torbellino de tantos estímulos impuestos por la sociedad contemporánea, ¿cómo ayudar a la familia a vivir la fiesta según el corazón de Dios?

SANTO PADRE: Es una gran cuestión, y creo entender este dilema entre las dos prioridades: la prioridad del puesto de trabajo es fundamental, como lo es la prioridad de la familia. Y cómo armonizar las dos prioridades. Puedo tratar únicamente de dar algún consejo. El primer punto: hay empresas que permiten un cierto extra para las familias – el día del cumpleaños, etc. – y comprueban que conceder un poco de libertad, al final hace bien también a la empresa, porque refuerza el amor por el trabajo, por el puesto de trabajo. Por tanto, quisiera aquí invitar a quienes dan trabajo a pensar en la familia, a pensar también en dar su aportación para que las dos prioridades puedan conciliar. Segundo punto: me parece que naturalmente se deba buscar una cierta creatividad, y esto no siempre es fácil. Pero llevar cada día a la familia al menos algún motivo de alegría, de atención, alguna renuncia a la propia voluntad para estar juntos en familia, y de aceptar y superar las noches, las oscuridades de las que antes ya he hablado, pensando en este gran bien que es la familia y encontrar así una conciliación de las dos prioridades, también en la solicitud por llevar cada día algo bueno. Y finalmente, está el domingo, la fiesta; espero que en America se observe el domingo. Y por tanto, este día, me parece muy importante, porque el domingo, precisamente en cuanto día del Señor es también «día del hombre», porque estamos libres. En el relato de la creación, esta era la intención original del Creador: que todos seamos libres un día. En esta libertad de uno para el otro, para sí mismos, se es libre para Dios. Pienso que así defendemos la libertad del hombre, defendiendo el domingo y las fiestas como días de Dios y así días del hombre. Os felicito. Gracias.

5. FAMILIA ARAUJO (familia brasileña de Porto Alegre)

MARIA MARTA: Santidad, como en el resto del mundo, también en Brasil los fracasos matrimoniales van aumentando.

Me llamo María Marta, él es Manoel Angelo. Estamos casamos desde hace 34 años y somos ya abuelos. En cuanto medico y psicoterapeuta familiar encontramos tantas familias, observando en los conflictos de pareja una dificultad mayor de perdonar y de aceptar el perdón, pero en diversos casos hemos visto el deseo y la voluntad de construir una nueva unión algo de duradero, también para los hijos que nacen de la nueva unión.

MANOEL ANGELO: Algunas de estas parejas que se vuelven a casar desearían acercarse nuevamente a la Iglesia, pero cuando ven que se les niega los sacramentos su desilusión es grande. Se sienten excluidos, marcados por un juicio inapelable.

Estos grandes sufrimientos hieren en lo profundo a quien está implicado; heridas que se convierten también parte del mundo, y son heridas también nuestras, de toda la humanidad.

Santo Padre, sabemos que esta situación y estas personas es una gran preocupación para la Iglesia: ¿Qué palabras y signos de esperanza podemos darles?

SANTO PADRE: Queridos amigos, gracias por vuestro trabajo tan necesario de psicoterapeutas para la familia. Gracias por todo lo que hacéis por ayudar a estas personas que sufren. En realidad, este problema de los divorciados y vueltos a casar es una de las grandes penas de la Iglesia de hoy. Y no tenemos recetas sencillas. El sufrimiento es grande y podemos sólo animar a las parroquias, a cada uno individualmente, a que ayuden a estas personas a soportar el dolor de este divorcio. Diría que, naturalmente, sería muy importante la prevención, es decir, que se profundizara desde el inicio del enamoramiento hasta llegar a una decisión profunda, madura; y también el acompañamiento durante el matrimonio, para que las familias nunca estén solas sino que estén realmente acompañadas en su camino. Y luego, por lo que se refiere a estas personas, debemos decir – como usted ha hecho notar – que la Iglesia les ama, y ellos deben ver y sentir este amor. Me parece una gran tarea de una parroquia, de una comunidad católica, el hacer realmente lo posible para que sientan que son amados, aceptados, que no están «fuera» aunque no puedan recibir la absolución y la Eucaristía: deben ver que aun así viven plenamente en la Iglesia. A lo mejor, si no es posible la absolución en la Confesión, es muy importante sin embargo un contacto permanente con un sacerdote, con un director espiritual, para que puedan ver que son acompañados, guiados. Además, es muy valioso que sientan que la Eucaristía es verdadera y participada si realmente entran en comunión con el Cuerpo de Cristo. Aun sin la recepción «corporal» del sacramento, podemos estar espiritualmente unidos a Cristo en su Cuerpo. Y hacer entender que esto es importante. Que encuentren realmente la posibilidad de vivir una vida de fe, con la Palabra de Dios, con la comunión de la Iglesia y puedan ver que su sufrimiento es un don para la Iglesia, porque sirve así a todos para defender también la estabilidad del amor, del matrimonio; y que este sufrimiento no es sólo un tormento físico y psicológico, sino que también es un sufrir en la comunidad de la Iglesia por los grandes valores de nuestra fe. Pienso que su sufrimiento, si se acepta de verdad interiormente, es un don para la Iglesia. Deben saber que precisamente de esa manera sirven a la Iglesia, están en el corazón de la Iglesia. Gracias por vuestro compromiso.

SALUDOS A LOS AFECTADOS POR EL TERREMOTO

SANTO PADRE: Querido amigos, sabéis que sentimos profundamente vuestro dolor, vuestro sufrimiento; y sobretodo, ruego cada día para que termine por fin este terremoto. Todos queremos colaborar para ayudaros: estad seguros de que no los olvidamos, que todos hacemos lo posible para ayudarles – la Caritas, todas las organizaciones de la Iglesia, el Estado, las diversas comunidades –; cada uno de nosotros quiere ayudarlos, sea espiritualmente con nuestra plegaria, con la cercanía de corazón, sea materialmente, y oro insistentemente por vosotros. Dios os ayude, nos ayude a todos. Os felicito, el Señor os bendiga.

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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Parque de Bresso
Domingo 3 de junio de 2012

Venerados hermanos,
Ilustres autoridades,
Queridos hermanos y hermanas

Es un gran momento de alegría y comunión el que vivimos esta mañana, con la celebración del sacrificio eucarístico. Una gran asamblea, reunida con el Sucesor de Pedro, formada por fieles de muchas naciones. Es una imagen expresiva de la Iglesia, una y universal, fundada por Cristo y fruto de aquella misión que, como hemos escuchado en el evangelio, Jesús confió a sus apóstoles: Ir y hacer discípulos a todos los pueblos, «bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 18-19). Saludo con afecto y reconocimiento al Cardenal Angelo Scola, Arzobispo de Milán, y al Cardenal Ennio Antonelli, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia, artífices principales de este VII Encuentro Mundial de las Familias, así como a sus colaboradores, a los obispos auxiliares de Milán y a todos los demás obispos. Saludo con alegría a todas las autoridades presentes. Mi abrazo cordial va dirigido sobre todo a vosotras, queridas familias. Gracias por vuestra participación.

En la segunda lectura, el apóstol Pablo nos ha recordado que en el bautismo hemos recibido el Espíritu Santo, que nos une a Cristo como hermanos y como hijos nos relaciona con el Padre, de tal manera que podemos gritar: «¡Abba, Padre!» (cf. Rm 8, 15.17). En aquel momento se nos dio un germen de vida nueva, divina, que hay que desarrollar hasta su cumplimiento definitivo en la gloria celestial; hemos sido hechos miembros de la Iglesia, la familia de Dios, «sacrarium Trinitatis», según la define san Ambrosio, pueblo que, como dice el Concilio Vaticano II, aparece «unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Const. Lumen gentium, 4). La solemnidad litúrgica de la Santísima Trinidad, que celebramos hoy, nos invita a contemplar ese misterio, pero nos impulsa también al compromiso de vivir la comunión con Dios y entre nosotros según el modelo de la Trinidad. Estamos llamados a acoger y transmitir de modo concorde las verdades de la fe; a vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo gozos y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorando los diferentes carismas bajo la guía de los pastores. En una palabra, se nos ha confiado la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más una familia, capaces de reflejar la belleza de la Trinidad y de evangelizar no sólo con la palabra. Más bien diría por «irradiación», con la fuerza del amor vivido.

La familia, fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer, está también llamada al igual que la Iglesia a ser imagen del Dios Único en Tres Personas. Al principio, en efecto, «creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: “Creced, multiplicaos”» (Gn 1, 27-28). Dios creó el ser humano hombre y mujer, con la misma dignidad, pero también con características propias y complementarias, para que los dos fueran un don el uno para el otro, se valoraran recíprocamente y realizaran una comunidad de amor y de vida. El amor es lo que hace de la persona humana la auténtica imagen de la Trinidad, imagen de Dios. Queridos esposos, viviendo el matrimonio no os dais cualquier cosa o actividad, sino la vida entera. Y vuestro amor es fecundo, en primer lugar, para vosotros mismos, porque deseáis y realizáis el bien el uno al otro, experimentando la alegría del recibir y del dar. Es fecundo también en la procreación, generosa y responsable, de los hijos, en el cuidado esmerado de ellos y en la educación metódica y sabia. Es fecundo, en fin, para la sociedad, porque la vida familiar es la primera e insustituible escuela de virtudes sociales, como el respeto de las personas, la gratuidad, la confianza, la responsabilidad, la solidaridad, la cooperación. Queridos esposos, cuidad a vuestros hijos y, en un mundo dominado por la técnica, transmitidles, con serenidad y confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe, planteándoles metas altas y sosteniéndolos en la debilidad. Pero también vosotros, hijos, procurad mantener siempre una relación de afecto profundo y de cuidado diligente hacia vuestros padres, y también que las relaciones entre hermanos y hermanas sean una oportunidad para crecer en el amor.

El proyecto de Dios sobre la pareja humana encuentra su plenitud en Jesucristo, que elevó el matrimonio a sacramento. Queridos esposos, Cristo, con un don especial del Espíritu Santo, os hace partícipes de su amor esponsal, haciéndoos signo de su amor por la Iglesia: un amor fiel y total. Si, con la fuerza que viene de la gracia del sacramento, sabéis acoger este don, renovando cada día, con fe, vuestro «sí», también vuestra familia vivirá del amor de Dios, según el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret. Queridas familias, pedid con frecuencia en la oración la ayuda de la Virgen María y de san José, para que os enseñen a acoger el amor de Dios como ellos lo acogieron. Vuestra vocación no es fácil de vivir, especialmente hoy, pero el amor es una realidad maravillosa, es la única fuerza que puede verdaderamente transformar el cosmos, el mundo. Ante vosotros está el testimonio de tantas familias, que señalan los caminos para crecer en el amor: mantener una relación constante con Dios y participar en la vida eclesial, cultivar el diálogo, respetar el punto de vista del otro, estar dispuestos a servir, tener paciencia con los defectos de los demás, saber perdonar y pedir perdón, superar con inteligencia y humildad los posibles conflictos, acordar las orientaciones educativas, estar abiertos a las demás familias, atentos con los pobres, responsables en la sociedad civil. Todos estos elementos construyen la familia. Vividlos con valentía, con la seguridad de que en la medida en que viváis el amor recíproco y hacia todos, con la ayuda de la gracia divina, os convertiréis en evangelio vivo, una verdadera Iglesia doméstica (cf. Exh. ap. Familiaris consortio, 49). Quisiera dirigir unas palabras también a los fieles que, aun compartiendo las enseñanzas de la Iglesia sobre la familia, están marcados por las experiencias dolorosas del fracaso y la separación. Sabed que el Papa y la Iglesia os sostienen en vuestra dificultad. Os animo a permanecer unidos a vuestras comunidades, al mismo tiempo que espero que las diócesis pongan en marcha adecuadas iniciativas de acogida y cercanía.

En el libro del Génesis, Dios confía su creación a la pareja humana, para que la guarde, la cultive, la encamine según su proyecto (cf. 1,27-28; 2,15). En esta indicación de la Sagrada Escritura podemos comprender la tarea del hombre y la mujer como colaboradores de Dios para transformar el mundo, a través del trabajo, la ciencia y la técnica. El hombre y la mujer son imagen de Dios también en esta obra preciosa, que han de cumplir con el mismo amor del Creador. Vemos que, en las modernas teorías económicas, prevalece con frecuencia una concepción utilitarista del trabajo, la producción y el mercado. El proyecto de Dios y la experiencia misma muestran, sin embargo, que no es la lógica unilateral del provecho propio y del máximo beneficio lo que contribuye a un desarrollo armónico, al bien de la familia y a edificar una sociedad justa, ya que supone una competencia exasperada, fuertes desigualdades, degradación del medio ambiente, carrera consumista, pobreza en las familias. Es más, la mentalidad utilitarista tiende a extenderse también a las relaciones interpersonales y familiares, reduciéndolas a simples convergencias precarias de intereses individuales y minando la solidez del tejido social.

Un último elemento. El hombre, en cuanto imagen de Dios, está también llamado al descanso y a la fiesta. El relato de la creación concluye con estas palabras: «Y habiendo concluido el día séptimo la obra que había hecho, descansó el día séptimo de toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo consagró» (Gn 2,2-3). Para nosotros, cristianos, el día de fiesta es el domingo, día del Señor, pascua semanal. Es el día de la Iglesia, asamblea convocada por el Señor alrededor de la mesa de la palabra y del sacrificio eucarístico, como estamos haciendo hoy, para alimentarnos de él, entrar en su amor y vivir de su amor. Es el día del hombre y de sus valores: convivialidad, amistad, solidaridad, cultura, contacto con la naturaleza, juego, deporte. Es el día de la familia, en el que se vive juntos el sentido de la fiesta, del encuentro, del compartir, también en la participación de la santa Misa. Queridas familias, a pesar del ritmo frenético de nuestra época, no perdáis el sentido del día del Señor. Es como el oasis en el que detenerse para saborear la alegría del encuentro y calmar nuestra sed de Dios.

Familia, trabajo, fiesta: tres dones de Dios, tres dimensiones de nuestra existencia que han de encontrar un equilibrio armónico. Armonizar el tiempo del trabajo y las exigencias de la familia, la profesión y la paternidad y la maternidad, el trabajo y la fiesta, es importante para construir una sociedad de rostro humano. A este respecto, privilegiad siempre la lógica del ser respecto a la del tener: la primera construye, la segunda termina por destruir. Es necesario aprender, antes de nada en familia, a creer en el amor auténtico, el que viene de Dios y nos une a él y precisamente por eso «nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “todo para todos” (1 Co 15,28)» (Enc. Deus caritas est, 18). Amén.

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Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Parque de Bresso
Domingo 3 de junio de 2012

Queridos hermanos y hermanas:

No encuentro palabras para dar las gracias por esta fiesta de Dios, por esta comunión de la familia de Dios que somos nosotros. Al final de esta celebración, nuestra acción de gracias se dirige a Dios que nos ha donado esta gran experiencia eclesial. Por mi parte, expreso mi agradecimiento a todos los que han trabajado para este evento, comenzando por el cardenal Ennio Antonelli, presidente del Consejo pontificio para la familia —¡gracias, eminencia!—, y el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán —¡gracias!—. También por este hermoso templo de Dios que nos ha dado. Doy las gracias a todos los responsables de la organización y a todos los voluntarios. Y me alegra anunciar que el próximo Encuentro mundial de las familias tendrá lugar en 2015, en Filadelfia, Estados Unidos. Saludo al arzobispo de Filadelfia, monseñor Charles Chaput, y le agradezco desde ahora la disponibilidad que ha ofrecido.

Saludo afectuosamente a las familias de lengua francesa y sobre todo a las que han venido a Milán. Encomiendo a todas las familias a la Sagrada Familia de Nazaret para que sean lugares donde se desarrolle la vida, familias donde Dios encuentre su lugar. Hoy participo también espiritualmente en la alegría de los fieles de la archidiócesis de Besançon que están reunidos para la celebración de la beatificación del padre Marie Jean-Joseph Lataste, sacerdote de la Orden de Predicadores, apóstol de la misericordia y «apóstol de las cárceles». Me siento feliz de anunciar que el próximo Encuentro mundial de las familias tendrá lugar en la ciudad de Filadelfia, Estados Unidos, en 2015. Que por la intercesión de la Virgen María abráis vuestro corazón y vuestros hogares a Cristo.

Al concluir esta celebración dirigiéndonos en oración a la Virgen María, quiero extender mi agradecimiento a todos los que han contribuido al éxito de este Encuentro mundial de las familias, especialmente al cardenal Ennio Antonelli, presidente del Consejo pontificio para la familia, al cardenal Angelo Scola, a la archidiócesis y a la ciudad de Milán, y a las numerosas personas de Italia y de otras partes que han orado y trabajado duramente para que este encuentro fuera un tiempo de gracia para todos. Ahora tengo la alegría de anunciar que el próximo Encuentro mundial de las familias tendrá lugar en 2015 en Filadelfia, Estados Unidos. Dirijo mi cordial saludo al arzobispo Charles Chaput y a los católicos de esa gran ciudad, y espero encontrarme allí con numerosas familias de todo el mundo. Que Dios os bendiga a todos.

Saludo cordialmente a todos los peregrinos y familias de los países de lengua alemana. Os agradezco vuestra participación en este Encuentro mundial de las familias en Milán. Sabemos que la familia es de importancia vital para la sociedad. Según el plan divino de la creación es el lugar preferido donde el hombre crece y puede aprender cómo ser hombre rectamente. Su contribución al desarrollo integral del hombre es insustituible. Por tanto, hagamos todo lo posible para crear también un clima propicio para la familia y roguemos para que haya buenas familias y para que estén unidas. Desde ahora os invito al próximo Encuentro mundial de las familias en Filadelfia, en 2015. Que el Señor bendiga y custodie a las familias y a todos nosotros.

Saludo con particular afecto a los fieles de lengua española, que con gran entusiasmo participan en este Encuentro mundial de las familias, así como a aquellos que se unen espiritualmente al mismo a través de los medios de comunicación. Que la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, haga crecer a todos interiormente en la sabiduría del amor y de la entrega, de modo que siguiendo el ejemplo de la Virgen María, modelo perfecto de hija, madre y esposa, los hogares sean cada vez más templos de Dios y verdaderas Iglesias domésticas por la copiosidad de sus virtudes y la belleza de la mutua unión y la constante fidelidad. Con alegría os anuncio que el próximo Encuentro mundial de las familias de 2015 tendrá lugar en la ciudad de Filadelfia, en los Estados Unidos de América. ¡Feliz domingo!

Saludo a las familias de los diversos países de lengua portuguesa, aquí presentes o en comunión con nosotros, recordando a todas la mirada de la Trinidad divina que, desde la aurora de la creación, se posó sobre la obra realizada y se alegró de ella: «¡Era muy buena!». Queridas familias, sois la obra y la fiesta de Dios. Reservando el domingo para Dios, haced fiesta con Dios y descansad juntos en la Fuente de donde brota la vida para construir el presente y el futuro. Las fuerzas divinas son más poderosas que vuestras dificultades. ¡No tengáis miedo! Sed fuertes con Dios. Con alegría os anuncio que el próximo Encuentro mundial será en 2015 en la ciudad estadounidense de Filadelfia.

Saludo cordialmente a las familias polacas presentes aquí en Milán y a las que se unen a nosotros a través de los medios de comunicación. Que los temas tratados en estos días, «Familia, trabajo y fiesta», refuercen en vosotros el amor, la fidelidad y la honestidad conyugal, alienten a los jóvenes para que deseen “ser” más bien que “tener”, para que ayuden a todos a vivir el domingo como encuentro con Cristo, en la alegría de la fiesta de familia. Para el próximo Encuentro mundial de las familias os invito a Filadelfia en Estados Unidos —Dios mediante— dentro de tres años. Encomiendo a todas vuestras familias a María, Reina de las familias.

Queridas familias milanesas, lombardas, italianas y del mundo entero, os saludo a todas con afecto y os agradezco vuestra participación. Os animo a ser siempre solidarias con las familias que atraviesan mayores dificultades; pienso en la crisis económica y social; pienso en el reciente terremoto en Emilia Romaña. Que la Virgen María os acompañe y os sostenga siempre.

Gracias.

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VISITA PASTORAL A LA ARCHIDIÓCESIS DE MILÁN
Y VII ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
(1-3 DE JUNIO DE 2012)

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
EN EL ALMUERZO EN EL ARZOBISPADO


Domingo 3 de junio de 2012

Al final del almuerzo celebrado en el arzobispado milanés el domingo 3 de junio, los cardenales Scola y Tettamanzi dirigieron palabras de saludo al Papa. El arzobispo emérito le entregó además una valiosa copia del Evangeliario ambrosiano —realizada por grandes artistas actuales— que lleva en portada una representación iconográfica de la Jerusalén del cielo. Benedicto XVI respondió, improvisando, con las siguientes palabras.

Queridos amigos, me parece muy hermoso el hecho de que al final hayamos llegado de nuevo a la Palabra de Dios, que es la clave de la vida, la clave del pensar, del vivir: así comenzamos y concluimos con la Palabra de Dios. Estamos en el ámbito de la verdadera vida. Y simplemente quiero dar las gracias por todo lo que he vivido en estos días: por esta experiencia de la Iglesia viva.

Aunque alguna vez se pueda pensar que la barca de Pedro se encuentra realmente a merced de los vientos contrarios difíciles, vemos que el Señor está presente, vivo; que el Resucitado está realmente vivo y tiene en su mano el gobierno del mundo y el corazón de los hombres. Esta experiencia de que la Iglesia está viva, que vive por el amor de Dios, que vive por Cristo Resucitado, es —podemos decir— el don de estos días. Por eso, demos gracias ante todo al Señor.

Y gracias también al cardenal Scola, al cardenal Tettamanzi, a sus colaboradores, a todos —son numerosos los que han colaborado— y a todos los que han festejado con nosotros.

 

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