UN ACONTECIMIENTO SINGULAR
El Episcopado mexicano ha querido renovar la Consagración de
México al Espíritu Santo y las razones no pueden ser menos justificables
pues la situación del país, en la actualidad, requiere de una transformación
que se antoja milagrosa, pues analizando los problemas que nos aquejan, no hay
liderazgos que orienten a la sociedad hacia horizontes más esperanzadores.
Con esta Consagración, no se quiere implorar del cielo una
transformación mágica que acabe con las injusticias, las discriminaciones, las
explotaciones, la cultura de la muerte, asesinatos, corrupción a todos los
niveles, derechos humanos violentados y un sinnúmero de situaciones que nos
hablan de una sociedad en franca descomposición.
Pero no basta señalar tantas lacras, es necesario un toque de
atención para hacer que reaccionen nuestros valores escondidos en nosotros
mismos pero acallados por la ley del menor esfuerzo, el consumismo o la
mediocridad a la que nos obliga la comodidad y el egoísmo cultivado desde
temprana edad.
Hace falta el impulso de una fuerza interior en cada uno de
nosotros para revertir situaciones difíciles y es lo que en conjunto todos los
Obispos de México han querido implorar del cielo, una especial intercesión del
Espíritu Santo para que El sea quien sacuda nuestra indiferencia y nos haga
reaccionar para que lo poquito o mucho que podamos hacer cada uno, lo sumemos
a lo que otros puedan hacer.
No participar en cosas negativas que quizá hayamos tolerado o
propiciado indirectamente, ser más conscientes de hacer bien lo que
tenemos quehacer, con puntualidad, con orden, con limpieza; tan
sencillo como esto, pero que sin embargo olvidamos con frecuencia. Contagiar a
otros de esa superación personal que sumada a la de otros, necesariamente va a
cambiar el entorno familiar, escolar, laboral y hasta el político.
Esta fuerza tiene que venir de lo alto y llegará ciertamente si
tenemos esa disposición personal, pues a ello nos congregaron los Obispos
mexicanos el lunes 20 de abril en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe.
Hagamos la parte que nos corresponde con generosidad y los
resultados no se harán esperar , no en forma milagrosa, pero
sí como resultado del esfuerzo solidario a que estamos
obligados en este tiempo de crisis de valores.
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