TEXTO COMPLETO: Homilía del Papa en la Misa de clausura del
Sínodo de los Obispos
VATICANO, 29 Oct. 12 / 10:40 am (ACI).-
Venerables hermanos, ilustres señores y señoras, queridos hermanos y
hermanas.
El milagro de la curación del ciego Bartimeo ocupa un lugar
relevante en la estructura del Evangelio de Marcos. En efecto, está
colocado al final de la sección llamada «viaje a Jerusalén», es
decir, la última peregrinación de Jesús a la Ciudad Santa para la
Pascua,
en donde El sabe que lo espera
la pasión,
la muerte y la
resurrección.
Para subir a Jerusalén, desde el valle del Jordán, Jesús pasó por
Jericó, y el encuentro con Bartimeo tuvo lugar a las afueras de la
ciudad, mientras Jesús, como anota el evangelista, salía «de Jericó
con sus discípulos y bastante gente» (10, 46); gente que, poco
después, aclamará a Jesús como Mesías en su entrada a Jerusalén.
Bartimeo, cuyo nombre, como dice el mismo evangelista, significa
«hijo de Timeo», estaba precisamente sentado al borde del camino
pidiendo limosna. Todo el Evangelio de Marcos es un itinerario de
fe, que se desarrolla gradualmente en el seguimiento de Jesús.
Los discípulos son los primeros protagonistas de este paulatino
descubrimiento, pero hay también otros personajes que desempeñan un
papel importante, y Bartimeo es uno de éstos. La suya es la última
curación prodigiosa que Jesús realiza antes de su pasión, y no es
casual que sea la de un ciego, es decir una persona que ha perdido
la luz de sus ojos.
Sabemos también por otros textos que en los evangelios la ceguera
tiene un importante significado. Representa al hombre que tiene
necesidad de la luz de Dios, la luz de la fe, para conocer
verdaderamente la realidad y recorrer el camino de la
vida.
Es esencial reconocerse ciegos, necesitados de esta luz, de lo
contrario se es ciego para siempre (cf. Jn 9,39-41).
Bartimeo, pues, en este punto estratégico del relato de Marcos, está
puesto como modelo. Él no es ciego de nacimiento, sino que ha
perdido la vista: es el hombre que ha perdido la luz y es consciente
de ello, pero no ha perdido la esperanza, sabe percibir la
posibilidad de un encuentro con Jesús y confía en ´El para ser
curado.
En efecto, cuando siente que el Maestro pasa por el camino, grita:
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10,47), y lo repite
con fuerza (v. 48). Y cuando Jesús lo llama y le pregunta qué quiere
de Él, responde: «Maestro, que pueda ver» (v. 51).
Bartimeo representa al hombre que reconoce el propio mal y grita al
Señor, con la confianza de ser curado. Su invocación, simple y
sincera, es ejemplar, y de hecho – al igual que la del publicano en
el templo: «Oh Dios, ten compasión de este pecador» (Lc 18,13) – ha
entrado en la tradición de la
oración
cristiana.
En el encuentro con Cristo, realizado con fe, Bartimeo recupera la
luz que había perdido, y con ella la plenitud de la propia dignidad:
se pone de pie y retoma el camino, que desde aquel momento tiene un
guía, Jesús, y una ruta, la misma que Jesús recorre.
El evangelista no nos dice nada más de Bartimeo, pero en él nos
muestra quién es el discípulo: aquel que, con la luz de la fe, sigue
a Jesús «por el camino» (v. 52).
San Agustín, en uno de sus escritos, hace una observación muy
particular sobre la figura de Bartimeo, que puede resultar también
interesante y significativa para nosotros.
El Santo Obispo de Hipona reflexiona sobre el hecho de que Marcos,
en este caso, indica el nombre no sólo de la persona que ha sido
curada, sino también del padre, y concluye que «Bartimeo, hijo de
Timeo, era un personaje que de una gran prosperidad cayó en la
miseria, y que ésta condición suya de miseria debía ser conocida por
todos y de dominio público, puesto que no era solamente un ciego,
sino un mendigo sentado al borde del camino.
Por esta razón Marcos lo recuerda solamente a él, porque la
recuperación de su vista hizo que ese milagro tuviera una resonancia
tan grande como la fama de la desventura que le sucedió»
(Concordancia de los evangelios, 2, 65, 125: PL 34, 1138). Hasta
aquí san Agustín.
Esta interpretación, que ve a Bartimeo como una persona caída en la
miseria desde una condición de «gran prosperidad», nos hace pensar;
nos invita a reflexionar sobre el hecho de que hay riquezas
preciosas para nuestra vida, y que no son materiales, que podemos
perder.
En esta perspectiva, Bartimeo podría ser la representación de
cuantos viven en regiones de antigua evangelización, donde la luz de
la fe se ha debilitado, y se han alejado de Dios, ya no lo
consideran importante para la vida: personas que por eso han perdido
una gran riqueza, han «caído en la miseria» desde una alta dignidad
–no económica o de poder terreno, sino cristiana –, han perdido la
orientación segura y sólida de la vida y se han convertido, con
frecuencia inconscientemente, en mendigos del sentido de la
existencia.
Son las numerosas personas que tienen necesidad de una nueva
evangelización, es decir de un nuevo encuentro con Jesús, el Cristo,
el Hijo de Dios (cf. Mc 1,1), que puede abrir nuevamente sus ojos y
mostrarles el camino. Es significativo que, mientras concluimos la
Asamblea sinodal sobre la nueva evangelización, la liturgia nos
proponga el Evangelio de Bartimeo.
Esta Palabra de Dios tiene algo que decirnos de modo particular a
nosotros, que en estos días hemos reflexionado sobre la urgencia de
anunciar nuevamente a Cristo allá donde la luz de la fe se ha
debilitado, allá donde el fuego de Dios es como un rescoldo, que
pide ser reavivado, para que sea llama viva que da luz y calor a
toda la casa.
La nueva evangelización concierne toda la vida de la
Iglesia.
Ella se refiere, en primer lugar, a la pastoral ordinaria que debe
estar más animada por el fuego del Espíritu, para encender los
corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y
que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del
Pan de vida eterna.
Deseo subrayar tres líneas pastorales que han surgido del Sínodo. La
primera corresponde a los
sacramentos
de la iniciación cristiana. Se ha reafirmado la necesidad de
acompañar con una
catequesis
adecuada la preparación al bautismo, a la confirmación y a la
Eucaristía.
También se ha reiterado la importancia de la penitencia, sacramento
de la misericordia de Dios.
La llamada del Señor a la santidad, dirigida a todos los cristianos,
pasa a través de este itinerario sacramental. En efecto, se ha
repetido muchas veces que los verdaderos protagonistas de la nueva
evangelización son los santos: ellos hablan un lenguaje comprensible
para todos, con el ejemplo de la vida y con las obras de caridad.
En segundo lugar, la nueva evangelización está esencialmente
conectada con la misión ad gentes. La Iglesia tiene la tarea de
evangelizar, de anunciar el Mensaje de salvación a los hombres que
aún no conocen a Jesucristo.
En el transcurso de las reflexiones sinodales, se ha subrayado
también que existen muchos lugares en África, Asía y Oceanía en
donde los habitantes, muchas veces sin ser plenamente conscientes,
esperan con gran expectativa el primer anuncio del Evangelio. Por
tanto es necesario rezar al Espíritu Santo para que suscite en la
Iglesia un renovado dinamismo misionero, cuyos protagonistas sean de
modo especial los agentes pastorales y los fieles laicos.
La globalización ha causado un notable desplazamiento de
poblaciones; por tanto el primer anuncio se impone también en los
países de antigua evangelización. Todos los hombres tienen el
derecho de conocer a Jesucristo y su Evangelio; y a esto corresponde
el deber de los cristianos, de todos los cristianos – sacerdotes,
religiosos y laicos -, de anunciar la Buena Noticia.
Un tercer aspecto tiene que ver con las personas bautizadas pero que
no viven las exigencias del bautismo. Durante los trabajos sinodales
se ha puesto de manifiesto que estas personas se encuentran en todos
los continentes, especialmente en los países más secularizados.
La Iglesia les dedica una atención particular, para que encuentren
nuevamente a Jesucristo, vuelvan a descubrir el gozo de la fe y
regresen a las prácticas religiosas en la comunidad de los fieles.
Además de los métodos pastorales tradicionales, siempre válidos, la
Iglesia intenta utilizar también métodos nuevos, usando asimismo
nuevos lenguajes, apropiados a las diferentes culturas del mundo,
proponiendo la verdad de Cristo con una actitud de diálogo y de
amistad que tiene como fundamento a Dios que es Amor.
En varias partes del mundo, la Iglesia ya ha emprendido dicho camino
de creatividad pastoral, para acercarse a las personas alejadas y en
busca del sentido de la vida, de la felicidad y, en definitiva, de
Dios. Recordamos algunas importantes misiones ciudadanas, el «Atrio
de los gentiles», la Misión Continental, etcétera. Sin duda el
Señor, Buen Pastor, bendecirá abundantemente dichos esfuerzos que
provienen del celo por su Persona y su Evangelio.
Queridos hermanos y hermanas, Bartimeo, una vez recuperada la vista
gracias a Jesús, se unió al grupo de los discípulos, entre los
cuales seguramente había otros que, como él, habían sido curados por
el Maestro.
Así son los nuevos evangelizadores: personas que han tenido la
experiencia de ser curados por Dios, mediante Jesucristo. Y su
característica es una alegría de corazón, que dice con el salmista:
«El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (Sal
125,3).
También nosotros hoy, nos dirigimos al Señor, Redemptor hominis y
Lumen gentium, con gozoso agradecimiento, haciendo nuestra una
oración de san Clemente de Alejandría: «Hasta ahora me he equivocado
en la esperanza de encontrar a Dios, pero puesto que Tú me iluminas,
oh Señor, encuentro a Dios por medio de Ti, y recibo al Padre de Ti,
me hago tu coheredero, porque no te has avergonzado de tenerme por
hermano. Cancelemos, pues, cancelemos el olvido de la verdad, la
ignorancia; y removiendo las tinieblas que nos impiden la vista como
niebla en los ojos, contemplemos al verdadero Dios…; ya que una luz
del cielo brilló sobre nosotros sepultados en las tinieblas y
prisioneros de la sombra de muerte, [una luz] más pura que el sol,
más dulce que la vida de aquí abajo» (Protrettico, 113, 2- 114,1).
Amén.
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