VATICANO, 27 Mar. 13 / 09:36 AM (ACI/EWTN
Noticias).-El Papa Francisco
presidió esta mañana la primera audiencia general de
su pontificado y en ella exhortó a vivir
profundamente la
Semana Santa, alentando a seguir a Jesús,
saliendo de uno mismo, para llegar a los más
alejados de Él. A continuación el texto completo de
la
catequesis:
¡Hermanos y hermanas, buenos
días!
Me alegra darles la bienvenida a
mi primera Audiencia general. Con profunda gratitud
y veneración tomo el ‘testigo’ de las manos de mi
amado predecesor
Benedicto XVI. Después de
Pascua vamos a reanudar las catequesis del Año
de la fe. Hoy quisiera detenerme sobre la Semana
Santa. Con el
Domingo de Ramos comenzamos esta Semana –centro
de todo el Año Litúrgico– en la que acompañamos a
Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.
Pero ¿qué puede significar para
nosotros vivir la Semana Santa? ¿Qué significa
seguir a Jesús en su camino del Calvario hacia la
Cruz y la Resurrección?
En su misión terrenal, Jesús
recorrió las calles de
Tierra Santa; llamó a doce personas simples para
que permanecieran con Él, compartieran su camino y
continuaran su misión; las eligió entre el pueblo
lleno de fe en las promesas de Dios.
Habló a todos, sin distinción, a
los grandes y a los humildes, al joven rico y a la
pobre viuda, a los poderosos y a los débiles; trajo
la misericordia y el perdón de Dios; curó, consoló,
comprendió; dio esperanza; llevó a todos la
presencia de Dios que se interesa de cada hombre y
mujer, como hace un buen padre y una buena madre con
cada uno de sus hijos. Dios no esperó a que fuéramos
a Él, sino que es Él que se mueve hacia nosotros,
sin cálculos, sin medidas. Dios es así: Él da
siempre el primer paso, Él se mueve hacia nosotros.
Jesús vivió las realidades
cotidianas de la gente más común: se conmovió
delante de la multitud que parecía un rebaño sin
pastor; lloró ante el sufrimiento de Marta y María
por la muerte de su hermano Lázaro; llamó a un
publicano como su discípulo; sufrió también la
traición de un amigo.
En Él, Dios nos ha dado la
certeza de que Él está con nosotros, en medio de
nosotros. "Los zorros –ha dicho Jesús– tienen sus
cuevas y las aves del
cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no
tiene dónde reclinar la cabeza". (Mt 8:20). Jesús no
tiene hogar, porque su casa es la gente, somos
nosotros, su misión es abrir a todos las puertas de
Dios, ser la presencia amorosa de Dios.
En la Semana Santa nosotros
vivimos el culmen de este camino, de este plan de
amor que recorre a través de toda la historia de la
relación entre Dios y la humanidad. Jesús entra en
Jerusalén para cumplir el paso final, en el que
resume toda su existencia: se entrega totalmente, no
se queda con nada para sí mismo, ni siquiera con su vida.
En la Última Cena, con sus
amigos, comparte el pan y distribuye el cáliz "para
nosotros". El Hijo de Dios se ofrece a nosotros,
ofrece en nuestras manos su Cuerpo y su Sangre para
estar siempre con nosotros, para habitar entre
nosotros.
Y en el Huerto de los Olivos, al
igual que en el juicio ante Pilatos, no opone
resistencia, se da; es el Siervo sufriente ya
anunciado por Isaías, que se despoja de sí mismo
hasta la muerte (cf. Is 53:12).
Jesús no vive este amor que lleva
al sacrificio de manera pasiva o como un destino
fatal; desde luego no oculta su profunda
perturbación humana frente a la muerte violenta,
pero se entrega plenamente a la confianza del Padre.
Jesús se entregó voluntariamente
a la muerte para corresponder al amor de Dios Padre,
en perfecta unión con su voluntad, para demostrar su
amor por nosotros. En la cruz, Jesús "me amó y se
entregó a sí mismo por mí" (Gal 2:20). Cada uno de
nosotros puede decir: me amó y se entregó a sí mismo
por mí. Cada uno puede decir este "por mí".
¿Qué significa todo esto para
nosotros? Significa que éste es también mi camino,
el tuyo, nuestro camino. Vivir la Semana Santa,
siguiendo a Jesús, no sólo con la conmoción del
corazón; vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús
quiere decir aprender a salir de nosotros mismos
–como dije el domingo pasado– para salir al
encuentro de los demás, para ir hasta las periferias
de la existencia, ser nosotros los primeros en
movernos hacia nuestros hermanos y hermanas,
especialmente los que están más alejados, los
olvidados, los que están más necesitados de
comprensión, de consuelo y de ayuda. ¡Hay tanta
necesidad de llevar la presencia viva de Jesús
misericordioso y lleno de amor!
Vivir la Semana Santa es entrar
cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de
la Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la
muerte, sino la del amor y la de la entrega de sí
mismo que da vida. Es entrar en la lógica del
Evangelio. Seguir, acompañar a Cristo. Permanecer
con Él requiere una "salir", salir.
Salir de sí mismos, de un modo de
vivir la fe cansado y rutinario, de la tentación de
ensimismarse en los propios esquemas que terminan
por cerrar el horizonte de la acción creadora de
Dios. Dios salió de sí mismo para venir en medio de
nosotros, colocó su tienda entre nosotros para traer
su misericordia que salva y da esperanza. También
nosotros, si queremos seguirlo y permanecer con Él,
no debemos contentarnos con permanecer en el recinto
de las noventa y nueve ovejas, debemos "salir",
buscar con Él a la oveja perdida, a la más lejana.
Recuerden bien: salir de nosotros, como Jesús, como
Dios salió de sí mismo en Jesús y Jesús salió de sí
mismo para todos nosotros.
Alguien podría decirme: "Pero
Padre no tengo tiempo", "tengo muchas cosas que
hacer", "es difícil", "¿qué puedo hacer yo con mi
poca fuerza, también con mi pecado, con tantas
cosas?". A menudo nos conformamos con algunas
oraciones, con una
Misa dominical distraída e inconstante, con
algún gesto de caridad, pero no tenemos esta
valentía de "salir" para llevar a Cristo.
Somos un poco como San Pedro. Tan
pronto como Jesús habla de la pasión, muerte y
resurrección, de darse a sí mismo, de amor a los
demás, el Apóstol lo lleva aparte y lo reprende. Lo
que Jesús dice altera sus planes, le parece
inaceptable, pone en dificultad las seguridades que
él se había construido, su idea del Mesías.
Y Jesús mira a los discípulos y
dirige a Pedro quizá una de las palabras más duras
del Evangelio: "¡Retírate, vade retro, Satanás!
Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los
de los hombres". (Mc 8:33). Dios piensa siempre con
misericordia: no olviden esto. Dios piensa siempre
con misericordia: ¡es el Padre misericordioso! Dios
piensa como el padre que espera el regreso de su
hijo y va a su encuentro, lo ve venir cuando todavía
está muy lejos...
¿Esto qué significa? Que todos
los días iba a ver si el hijo volvía a casa: éste es
nuestro Padre misericordioso. Es la señal que lo
esperaba de corazón en la terraza de su casa. Dios
piensa como el samaritano que no pasa cerca del
desventurado compadeciéndose o mirando hacia otra
parte, sino socorriéndolo sin pedir nada a cambio;
sin preguntar si era judío, si era pagano, si era
samaritano, si era rico, si era pobre: no pide nada.
No pide estas cosas, no pide nada. Va en su ayuda:
así es Dios. Dios piensa como el pastor que da su
vida para defender y salvar a las ovejas.
La Semana Santa es un tiempo de
gracia que el Señor nos da para abrir las puertas de
nuestros corazones, de nuestra vida, de nuestras
parroquias –¡qué pena tantas parroquias cerradas! –
de los movimientos, de las asociaciones, y "salir"
al encuentro de los demás, acercarnos nosotros para
llevar la luz y la alegría de nuestra fe ¡Salir
siempre! Y hacer esto con amor y con la ternura de
Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que ponemos
nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón, pero
que es Dios quien los guía y hace fecundas todas
nuestras acciones.
Les deseo a todos que vivan bien
estos días siguiendo al Señor con valentía, llevando
en nosotros mismos un rayo de su amor a todos los
que encontremos.