Homilía Inaugural. Pontificado S.S. Francisco
VATICANO, 19
Mar. 13 / 09:35 am (ACI/EWTN
Noticias).- El Papa Francisco presidió esta
mañana en Roma la Misa
con la que se ha dado inicio a su pontificado. En su homilía
aseguró que el verdadero poder es el servicio. A
continuación el texto completo:
Queridos
hermanos y hermanas
Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de
comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san
José, esposo de la Virgen María y patrono de la
Iglesia
universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es
también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos
cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.
Saludo con afecto a los hermanos
Cardenales y
Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y
religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su
presencia a los representantes de las otras Iglesias y
Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la
comunidad judía y otras comunidades religiosas.
Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de
Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del
mundo y al Cuerpo Diplomático.
Hemos escuchado en el Evangelio que “José hizo lo que el
ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer” (Mt
1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios
confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de
quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga
luego a la Iglesia, como ha señalado el beato
Juan Pablo II:
“Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con
gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia
y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen
Santa es figura y modelo” (Exhort. ap. Redemptoris Custos,
1).
¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con
humildad, en silencio, pero con una presencia constante y
una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su
matrimonio con
María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a
los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor.
Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos
de la vida como
los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las
horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento
dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de
su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la
casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús
¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de
Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios,
abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto
al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos
escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa
construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a
su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero
de piedras vivas marcadas por su Espíritu.
Y José es “custodio” porque sabe escuchar a Dios, se deja
guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más
sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe
cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo
que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas.
En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada
de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos
también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo.
Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los
demás, salvaguardar la creación.
Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros,
los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y
que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar
toda la creación, la belleza de la creación, como se nos
dice en el libro del Génesis y como nos muestra san
Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas
de Dios y por el entorno en el que vivimos.
Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada
uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos,
quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la
periferia de nuestro corazón.
Es preocuparse uno del otro en la
familia: los
cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres,
cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se
convertirán en cuidadores de sus padres.
Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco
protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En
el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es
una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de
los dones de Dios.
Y cuando el
hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos
preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces
gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por
desgracia, en todas las épocas de la historia existen
“Herodes” que traman planes de muerte, destruyen y
desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.
Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de
responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a
todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos
“custodios” de la creación, del designio de Dios inscrito en
la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no
dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen
el camino de este mundo nuestro.
Pero, para “custodiar”, también tenemos que cuidar de
nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la
soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces
vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque
ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las
que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo
de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.
Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el
preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido
con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un
hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se
percibe una gran ternura, que no es la virtud de los
débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza
de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera
apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la
bondad, de la ternura.
Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del
ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que
comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado
un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres
preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple
invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.
Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que
también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez
más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la
cruz; debe poner
sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de
san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo
el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la
humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles,
los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final
sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero,
al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46).
Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.
En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que
“apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza” (Rm
4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza.
También hoy, ante tantos cúmulos de
cielo gris, hemos
de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos
esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer,
con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio
de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la
esperanza.
Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como
Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el
horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está
fundada sobre la roca que es Dios.
Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación,
custodiar a todos, especialmente a los más pobres,
custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el
Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos
estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la
esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.
Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de
los Apóstoles san Pedro
y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu
Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo:
Orad por mí. Amen.
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