Señor Presidente,
Miembros del Gobierno y del Cuerpo diplomático,
distinguidas Autoridades,
Representantes de la sociedad civil,
Señoras y Señores:
Agradezco la oportunidad de realizar esta
Visita, tan esperada y deseada, a la República de Irak; de
poder venir a esta tierra, cuna de la civilización que está
estrechamente ligada —por medio del Patriarca Abrahán y
numerosos profetas— a la historia de la salvación y a las
grandes tradiciones religiosas del judaísmo, del
cristianismo y del islam. Expreso mi gratitud al señor
Presidente Salih por la invitación y por las amables
palabras de bienvenida, que me ha dirigido también en nombre
de las otras Autoridades y de su amado pueblo. Asimismo,
saludo a los miembros del Cuerpo diplomático y a los
Representantes de la sociedad civil.
Saludo con afecto a los obispos y sacerdotes,
a los religiosos y religiosas y a todos los fieles de la
Iglesia católica. Vengo como peregrino para animarlos en su
testimonio de fe, esperanza y caridad en medio de la
sociedad iraquí. Saludo también a los fieles de las otras
Iglesias y Comunidades eclesiales cristianas, a los miembros
del islam y a los representantes de otras tradiciones
religiosas. Que Dios nos conceda caminar juntos, como
hermanos y hermanas, con la «fuerte convicción de que las
enseñanzas verdaderas de las religiones invitan a permanecer
anclados en los valores de la paz; […] del conocimiento
recíproco, de la fraternidad humana y de la convivencia
común» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu
Dabi, 4 febrero 2019).
Mi visita se lleva a cabo en un tiempo en que
el mundo entero está tratando de salir de la crisis por la
pandemia de Covid-19, que no sólo ha afectado la salud de
tantas personas, sino que también ha provocado el deterioro
de las condiciones sociales y económicas, marcadas ya por la
fragilidad y la inestabilidad. Esta crisis requiere
esfuerzos comunes por parte de cada uno para dar los pasos
necesarios, entre ellos una distribución equitativa de las
vacunas para todos. Pero no es suficiente; esta crisis es
sobre todo una llamada a «repensar nuestros estilos de vida
[…], el sentido de nuestra existencia» (Carta enc. Fratelli
tutti, 33). Se trata de que salgamos de este tiempo de
prueba mejores que antes; de que construyamos el futuro en
base a lo que nos une, más que en lo que nos divide.
En las últimas décadas, Irak ha sufrido los
desastres de las guerras, el flagelo del terrorismo y
conflictos sectarios basados a menudo en un fundamentalismo
que no puede aceptar la pacífica convivencia de varios
grupos étnicos y religiosos, de ideas y culturas diversas.
Todo esto ha traído muerte, destrucción, ruinas todavía
visibles, y no sólo a nivel material: los daños son aún más
profundos si se piensa en las heridas del corazón de muchas
personas y comunidades, que necesitarán años para sanar. Y
aquí, entre tantos que han sufrido, no puedo dejar de
recordar a los yazidíes, víctimas inocentes de una barbarie
insensata y deshumana, perseguidos y asesinados a causa de
sus creencias religiosas, cuya propia identidad y
supervivencia se han puesto en peligro. Por lo tanto, sólo
si logramos mirarnos entre nosotros, con nuestras
diferencias, como miembros de la misma familia humana,
podremos comenzar un proceso efectivo de reconstrucción y
dejar a las generaciones futuras un mundo mejor, más justo y
más humano. A este respecto, la diversidad religiosa,
cultural y étnica que ha caracterizado a la sociedad iraquí
por milenios, es un recurso valioso para aprovechar, no un
obstáculo a eliminar. Hoy, Irak está llamado a mostrar a
todos, especialmente en Oriente Medio, que las diferencias,
más que dar lugar a conflictos, deben cooperar armónicamente
en la vida civil.
La coexistencia fraterna necesita del diálogo
paciente y sincero, salvaguardado por la justicia y el
respeto del derecho. No es una tarea fácil: requiere
esfuerzo y compromiso por parte de todos para superar
rivalidades y contraposiciones, y dialogar a partir de la
identidad más profunda que tenemos, la de hijos del único
Dios y Creador (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Dec. Nostra
aetate, 5). En base a este principio, la Santa Sede, en
Irak como en todas partes, no se cansa de acudir a las
Autoridades competentes para que concedan a todas las
comunidades religiosas reconocimiento, respeto, derechos y
protección. Aprecio los esfuerzos que ya se han realizado en
esta dirección y uno mi voz a la de los hombres y mujeres de
buena voluntad para que avancen en beneficio del país.
Una sociedad que lleva la impronta de la
unidad fraterna es una sociedad cuyos miembros viven entre
ellos solidariamente. «La solidaridad nos ayuda a ver al
otro […] como nuestro prójimo, compañero de camino» (Mensaje
para la 54.ª Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2021).
Es una virtud que nos lleva a realizar gestos concretos de
cuidado y de servicio, con particular atención a los más
vulnerables y necesitados. Pienso en quienes, a causa de la
violencia, de la persecución y del terrorismo han perdido
familiares y seres queridos, casa y bienes esenciales. Pero
también pienso en toda la gente que lucha cada día buscando
seguridad y medios para seguir adelante, mientras que
aumenta la desocupación y la pobreza. El «sabernos
responsables de la fragilidad de los demás» (Carta enc. Fratelli
tutti, 115) debería inspirar todo esfuerzo por crear
oportunidades concretas tanto en el ámbito económico y en el
ámbito de la educación, como también en el cuidado de la
creación, nuestra casa común. Después de una crisis no basta
reconstruir, es necesario hacerlo bien, de modo que todos
puedan tener una vida digna. De una crisis no se sale
iguales que antes: se sale mejores o peores.
Como responsables políticos y diplomáticos,
ustedes están llamados a promover este espíritu de
solidaridad fraterna. Es necesario combatir la plaga de la
corrupción, los abusos de poder y la ilegalidad, pero no es
suficiente. Se necesita al mismo tiempo edificar la
justicia, que crezca la honestidad y la transparencia, y que
se refuercen las instituciones competentes. De ese modo
puede crecer la estabilidad y desarrollarse una política
sana, capaz de ofrecer a todos, especialmente a los jóvenes
—tan numerosos en este país—, la esperanza de un futuro
mejor.
Señor Presidente, distinguidas Autoridades,
queridos amigos: Vengo como penitente que pide perdón al
Cielo y a los hermanos por tantas destrucciones y crueldad.
Vengo como peregrino de paz, en nombre de Cristo, Príncipe
de la Paz. ¡Cuánto hemos rezado en estos años por la paz en
Irak! San Juan Pablo II no escatimó iniciativas, y sobre
todo ofreció oraciones y sufrimientos por esto. Y Dios
escucha, escucha siempre. Depende de nosotros que lo
escuchemos a Él y caminemos por sus sendas. Que callen las
armas, que se evite su proliferación, aquí y en todas
partes. Que cesen los intereses particulares, esos intereses
externos que son indiferentes a la población local. Que se
dé voz a los constructores, a los artesanos de la paz, a los
pequeños, a los pobres, a la gente sencilla, que quiere
vivir, trabajar y rezar en paz. No más violencia,
extremismos, facciones, intolerancias; que se dé espacio a
todos los ciudadanos que quieren construir juntos este país,
desde el diálogo, desde la discusión franca y sincera,
constructiva; a quienes se comprometen por la reconciliación
y están dispuestos a dejar de lado, por el bien común, los
propios intereses. En estos años, Irak ha tratado de poner
las bases para una sociedad democrática. A este respecto, es
indispensable asegurar la participación de todos los grupos
políticos, sociales y religiosos, y garantizar los derechos
fundamentales de todos los ciudadanos. Que ninguno sea
considerado ciudadano de segunda clase. Aliento los pasos
que se han dado hasta el momento en este proceso y espero
que consoliden la serenidad y la concordia.
También la comunidad internacional tiene un
rol decisivo que desempeñar en la promoción de la paz en
esta tierra y en todo el Oriente Medio. Como hemos visto
durante el largo conflicto en la vecina nación de Siria —de
cuyo inicio se cumplen en estos días ya diez años—, los
desafíos interpelan cada vez más a toda la familia humana.
Estos requieren una cooperación a escala global para poder
afrontar también las desigualdades económicas y las
tensiones regionales que ponen en peligro la estabilidad de
estas tierras. Agradezco a los Estados y a las
Organizaciones internacionales que están trabajando en Irak
por la reconstrucción y para brindar asistencia a los
refugiados, a los desplazados internos y a quienes tienen
dificultades para regresar a sus propias casas, facilitando
en el país comida, agua, viviendas, atención médica y de
salud, como también programas orientados a la reconciliación
y a la construcción de la paz. Y aquí no puedo dejar de
recordar los numerosos organismos, entre ellos muchos
católicos, que desde hace años asisten con gran esfuerzo a
las poblaciones civiles. Atender las necesidades básicas de
tantos hermanos y hermanas es un acto de caridad y justicia,
y contribuye a una paz duradera. Espero que las naciones no
retiren del pueblo iraquí la mano extendida de la amistad y
del compromiso constructivo, sino que sigan trabajando con
espíritu de responsabilidad común con las Autoridades
locales, sin imponer intereses políticos o ideológicos.
La religión, por su naturaleza, debe estar al
servicio de la paz y la fraternidad. El nombre de Dios no
puede ser usado para «justificar actos de homicidio, exilio,
terrorismo y opresión» (Documento sobre la fraternidad
humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019). Al contrario, Dios ha
creado a los seres humanos iguales en dignidad y en
derechos, nos llama a difundir amor, bondad y concordia.
También en Irak la Iglesia católica desea ser amiga de todos
y, a través del diálogo, colaborar de manera constructiva
con las otras religiones, por la causa de la paz. La
antiquísima presencia de los cristianos en esta tierra y su
contribución a la vida del país constituyen una rica
herencia, que quiere poder seguir al servicio de todos. Su
participación en la vida pública, como ciudadanos que gozan
plenamente de derechos, libertad y responsabilidad,
testimoniará que un sano pluralismo religioso, étnico y
cultural puede contribuir a la prosperidad y a la armonía
del país.
Queridos amigos: Deseo expresar una vez más
mi profunda gratitud por todo lo que han hecho y siguen
haciendo para edificar una sociedad orientada hacia la
unidad fraterna, la solidaridad y la concordia. Vuestro
servicio al bien común es una obra noble. Pido al
Omnipotente que los sostenga en sus responsabilidades y los
guíe a todos en el camino de la sabiduría, la justicia y la
verdad. Sobre cada uno de ustedes, sus familias y seres
queridos, y sobre todo el pueblo iraquí invoco la abundancia
de las bendiciones divinas. Gracias.